A veces las cosas no salen como parecen, pero aún así merecen la pena. Con esta frase podría resumir mi pequeño viaje a Utrecht. Un viaje en tren que pudo costarme 13€ con la necesaria antelación y previsión me costó 38€ por una serie de desatinos, a saber: no comprar el billete en Jumbo con antelación y con la oferta y después en la máquina por error coger billete de ida sólo. Pese a equivocarme y hacer caer en el mismo error a Lorenzo, más tarde tuvo la gentileza de compartir los gastos extras de la equivocación reduciendo en 7€ mi extendido gasto. Con esto en la mente, se me antojaba un poco difícil disfrutar del viaje como se merecía, pero puestos a ello era mejor no darle vueltas a la cabeza y disfrutar que terminar de arruinar un día que a lo mejor simplemente había empezado con mal pie.
En el trayecto de ida me senté con el equipo griego -me da por llamar equipo cuando se juntan varias personas de una misma nacionalidad y están el spanish team, el greek team, el italian team...- sintiendo fastidiarles la posibilidad de que hablaran griego -tenemos por norma de cortesía cambiar al inglés siempre que alguien que no entiende la lengua está presente y se queda aislado de la conversación, salvo que sea para cosas puntuales y breves-. En cualquier caso, y aunque me costó despertarme y cambiar el chip a pensar en inglés -como a Marina, que estaba sentada a mi lado-, pude recordar algo de griego y aprender nuevo, así como transcribir a letras grecas "Johnny, la gente está muy loca" para mis compañeras de viaje. A la llegada nos tomamos un café en Starbucks para despejarnos y empezamos a recorrer la ciudad de camino al centro. Por el camino me eché la foto que acompaño arriba junto al canal principal de la ciudad.
Compartiendo el destino éramos seis españoles -cinco catalanes y un andaluz-, cuatro italianos, tres griegas y un francés. Pese a la mayoría de la Furia Roja, una vez en el centro nos dividimos en dos grupos. Por un lado fueron los cinco catalanes, que no querían ver la torre principal y les apetecía dar una vuelta por la ciudad, mientras que por otra nos encaminamos el resto, entre ellos yo -único español ahora frente a cuatro italianos, tres griegas y un francés-. Compramos billetes para entrar a la torre principal de la ciudad, en todo el casco histórico, y nos dispusimos a esperar la hora de la visita guiada dando una vuelta, en la que nos encontramos con el equipo catalán. Una italiana se les unió en la idea de ir a un sofá que había justo a pie de canal tras comer todos en un restaurante de comida rápida griega a propuesta de Marina, ya que era su cumpleaños. Los Pita estaban bastante buenos y además pudimos degustar gratuitamente feta -queso griego-, aceitunas, pimientos y carne que estaba expuesta en el mismo restaurante mientras esperábamos la comida. El dueño tuvo que reponer el queso y creo que quedó poca carne... Quienes habíamos comprado el billete para la torrecita nos encaminamos a la oficina de turismo a esperar.
Peldaño a peldaño, a pie, subimos los setenta metros de la dichosa Domtoren, donde nos echamos la foto de la derecha a modo de señal triunfal. Se ve todo Utrecht al fondo, las vistas eran maravillosas. Se trata de la torre antigua más alta de toda Holanda y todavía pudimos subir un poco más por el interior de uno de los pilares del campanario final para llegar al mismísimo techo con sus gárgolas. Sobra decir que todas las articulaciones de las piernas pedían piedad al ansia turística e incluso Marina no podía con su vértigo. Con todo, pudimos llegar sanos y salvos a la base de la torre, donde firmé adjuntando "Un lepero ha estado aquí" con su correspondiente traducción al inglés. Y es que el orgullo patrio acompaña a todas partes, así que no me pude contener y lo expresé en tinta justo al lado de las firmas de los Erasmus.
Pudimos ver el bulevar de las manos de las estrellas del cine del festival de cine de Utrecht, que es bastante famoso y hasta tenía por allí un escenario montado. Le eché una foto a la mano de una tal Van Houten, quizás porque debe de ser familia de cierto amigo de Bart Simpson. Tras eso nos tomamos una cerveza con los catalanes, con quien volvimos a cruzarnos, y nos despedimos de ellos para salir en el tren anterior y llegar algo antes.
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