Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena. Lo mismo espero yo por la
tardanza en publicar esta entrada sobre mi viajecito a Valkenburg. De hecho, he tardado en ir a esa localidad pero la dicha ha sido buena, muy buena... salvo por un par de incidentes que os voy a contar.
Me levanté temprano, sobre las ocho y media, para salir una hora más tarde desayunado en abundancia y, sobre todo bien preparado. Me puse un chaleco y cogí el paraguas por si las moscas. Luego, de abrigo, me coloqué cazadora, guantes, gorro, bufanda y pantalón térmico. La verdad es que al salir no notaba bajar los grados... salvo por la cara, que se me helaba. Fui a por la bicicleta y me encaminé hacia el este atravesando el río Mosa (Maas) por el puente más septentrional. Una vez en la otra orilla pude ver un cartel que me cortaba el paso. Incluso sin saber holandés pude entender que el paso estaba cerrado y que tenía que coger una vía alternativa que me señalaba. Todo perfecto y sin mayores incidentes. Continué por la vía paralela a la carretera y se me acabó la ciudad sin poder incorporarme a la calzada... así que volví atrás y pasando por debajo de la carretera por un túnel busqué por el otro lado: tampoco. Por más que hasta rodeé el estadio local, no se veía incorporación ni siquiera carril bici, como pude observar al acercarme a la carretera-autovía. Decidí tomar otra calle que había allí y que tomaba dirección este, haciendo una primera parada para deshacerme de bufanda y gorro y cambiar los guantes de lana por los de ciclista -había que adpatarse a la temperatura-. Tras callejear por el último barrio logré a duras penas encontrar una carretera que me llevó fuera de la zona residencial. Por fin, campo. Conforme ascendía un montículo la vista era tan bonita que no me puse resistir a echar una foto.
Llegué al primer cruce de la jornada, ya fuera de ciudad y con mi destino a sólo 7km según el letrero. No obstante, era por autovía sin carril bici, así que crucé la misma por un puente a ver si encontraba uno en una carretera. En seguida llegué a Rothem, que entendí como el primer pueblo en mi ruta, pues no había memorizado los nombres, sólo dos: Berg y Vilt. Continué y en seguida salí del pueblo e iba por carretera. Al poco llegué a Meersen, donde me quedé sin carretera pues continuaba como una calle. Sin embargo, pude ver una ruta ciclista de esas que abundan en Holanda y con las que puedes atravesar el país. Como parecía ir en la dirección que yo quería porque un cartel señalaba Valkenburg en el mismo sentido, me metí por el parque y subí una cuestecita poco simpática.
Al final de la cuestecita de la alegría estaban las vías del tren, que cruzaba por tercera vez, y Houthem, una localidad en la que está la "Sint gerlachuskerk". Pensé para mí mismo "ah, por supuesto, la iglesia de San Gerlachus, de toda la vida". Curiosamente volví a encontrarme por la señora mayor -dos kilómetros después de encontrármela la primera vez- y la adelanté de nuevo. Subí una cuesta y ¡sorpresa! Allí estaba el cartel de bienvenida a Valkenburg. Paré a echarme una foto y no, esta vez no me adelantó nadie.
Creo que en la instantánea se aprecia bastante mi alegría, pero como una imagen vale más que mil palabras sólo diré que empecé a cantar el villancico español "Hacia Belén va una burra, rin, rin". No sé por qué, sólo fue lo primero que me vino a la cabeza y allí estaba yo dándole salida por mis hispanas cuerdas vocales mientras descendía calle abajo. Buscaba a mano derecha el centro termal y a la izquierda el casino, pero no los encontraba... estarían más adelante. Entonces, vi un cartel que me los señalaba hacia delante y ya había recorrido un kilómetro de ciudad. Me di cuenta de lo que pasaba y pensé "por dónde coño me habré metido que he entrado al pueblo por el norte en vez de por el oeste". No obstante, estaba de demasiado buen humor como para molestarme por el error, ya estaba en Valkenburg. Eso sí, había tantos carteles marrones de sitios culturales que no sabía donde ir primero. La idea era investigar antes de ir con el grupo... ¡pero había tanto!
Fue casi al final donde me desvié a la derecha, tras el cementerio. Allí vi un caminito que se metía por entre unos árboles, con hojas en el suelo, castaños... todo muy bucólico.
Me adentré en el camino desmontado de la bici y con ella a rastras hasta que llegué a una escalera. Grabé un pequeño vídeo para recordar el silencio y la tranquilidad que se respiraban allí y cuando llegué a la parte final puse el seguro a la bici para subir unas escaleras hechas con maderas. No había mucho y volví a bajar, aunque en al menos tres ocasiones me subí a una de las lomas del camino para ver el campo que había más allá. Eso sí, no pude porque estaba todo vallado. Una de las veces la pendiente era especialmente escarpada y el otoño hacía que el suelo tuviera al menos 10cm de hojas, por lo que tenía que ir despejándolo con una rama para ascender. Vamos, que ya quisiera el protagonista del Último Superviviente.
Finalmente salí de allí y regateé con el dueño de una gruta-acuario el precio de la entrada para un grupo de estudiantes, que al final pagaremos el 50% de la entrada inicial. Entré al cementerio a echarle un ojo, ya que las lápidas del suelo las cuidan de manera diferente, con un pequeño jardín en el que siembran flores o ponen decoración. Es evidente que no me presigné ni nada de eso porque para mí sólo es un terreno lleno de cadáveres y cierto arte fúnebre, pero por respeto a los que sí creen más en ello guardé silencio y me abstuve de hacer el guiri echando fotos.
Tras visitar el conjunto y salir, picaba el hambre y busqué en el centro algún sitio de comida rápida. Además, tenía dolor en la ingle, seguramente de un tirón, y necesitaba descansar. Como no había ninguno, tuve la "genial" idea de ir al restaurante "español" Gaudi. Tuve que haberme dado cuenta por el cartelito de una morena vestida de gitana que aquello de español tenía poco...
Pedí una San Miguel y me arrepentí en seguida, corrigiéndolo por una sangría. Cuando me la sirvieron.. vi que estaba hecha a base de pera en vez de melocotón y aparte de que el vino era de baja graduación tenía demasiado azúcar. Vamos, que estaba buena pero de sangría tenía lo que yo de holandés: sólo la coincidencia del lugar. Pregunté al camarero si había españoles trabajando en el restaurante o alguien que supiera hablar español... y los cocineros eran todos chinos. Fui preguntado y revelé mi procedencia a cambio de aquella información, que me defraudó un poco mucho. Me iba haciendo a la idea de que mi tapita de tortilla de patatas no iba a ser la mejor que haya probado.
Una vez tuve todo servido eché la foto obligada y bueno, en ella se ve lo que me sirvieron por "una tapa de tortilla de patatas y una sangría". Todavía el camarero se quedó extrañado de que sólo tomara eso, lo que me da idea de que no ha oído nunca hablar que la tapa no es un entrante, sino un plato ligero en sí para cuando se quiere ir de tapeo. Con una sonrisa le indiqué con toda naturalidad que eso era todo. No tenía ganas de dejarme los cuartos para cumplir con imagen de turista ni quería ser mal embajador poniendo a los españoles como descorteses, así que procuraba sacar mi mejor sonrisa. Como mucho, me tomarían por catalán. Cuando me fuí, casi a rabia porque la tortilla estaba hecha a base de patata cortada en rodajas y cocidas en vez de fritas, además de que el huevo era más bien crudo y, por ende, la tortilla se deshacía más como una tarta de manzana que como una tortilla bien hecha, me tomé un helado cerca de allí. Aquí los helados son a una bola; un euro, aunque son más pequeñas que en españa.
Después, un poco más reanimado, me fui por un camino que bordeaba el lago, siguiendo los carteles hacia "Kasteelhuis". Terminé llegando a una mansión que parecía decimonónica, rodeada de un bonito canal por todas partes y a la que se accedía por un puente. Tras verla desde fuera me volví a Valkenburg, que estaba ya a 2km de allí. A la entrada giré y me metí por una carretera secundaria a ver si lograba subir al monte donde estaba la Wilheminatoren, pero imposible. Tuve que volver y buscar otro camino, pero cuando tras preguntar estaba a punto de encontrarlo, al montar en la bici me golpeé la rodilla, lo que me dejó cojo unos largos minutos... sólo en Holanda, a 12km de mi residencia y teniendo que volver en bici. Tenía claro que si se me enfriaba me iba a doler más, así que me monté, fui a la cuesta y, tras subirla andando, me volví a montar y a volver a casa.Todavía en el camino unos canis en moto se me quedaron mirando y uno de ellos, viendo que era extranjero, hacía señas a los demás y me pitó, pero no pasó de ahí la cosa. Luego vi otro dirigiéndose hacia ellos en moto, quizás estaban esperándole y ello jugó a mi favor si pensaban venir los diez contra mí.
Llegué a la residencia sobre las 16:30 y me quedé con la ruta para volver con el grupo. Después, dibujé en Google Maps la ruta que había seguido, para hacerme una idea. En total, siete horas fuera de casa, 42,5km recorridos en bici -más unos cinco a pie-. Toda una maratón que ha merecido la pena. Acompaño una captura de la ruta, en la que se ve la búsqueda del camino para salir de Maastricht, el desvío hacia el norte, mis paseos por el centro, la salida de Valkenburg rodeando el lago y mi intento de buscar hacia el sur la escalada del monte.