Demos un pequeño repaso a la jornada ahora que tiene visos de acabar -no queda nada interesante por hacer hoy-. Me levanté tempranito, a las 9 de la mañana, algo sobresaltado por un sueño un tanto turbulento. Después de desayunar con todos los rigores señoriales -nada de lujos materiales, sino de parsimonia- me encaminé a coger mi maltrecho vehículo, sin cuya preparación al 100% no he podido salir en todo el fin de semana de la residencia. De hecho, lo que he echado de menos una bici... a poder ser la mía propia con sus suspensiones, sus buenas ruedas de montaña, su cuadro bien pintado y limpio, sus 18 velocidades, su cómodo sillín... en fin, mejor paro. La cuestión es que, más mal que bien, pude llegar hasta la oficina central de la residencia para pedir una llave inglesa. No tenían, pero a cambio de dejar mi tarjeta universitaria me dejaron la caja de herramientas. Dentro: llaves fijas mixtas, llaves allen y destornilladores. Pese a todo, no pude hacer nada... faltaban más numeros de los que había y eso que el 9 estaba repetido. Si no me equivoco, estaban 6, 7, 9, 14 y 17. Para colmo, creo que yo necesitaba el 8 y el 15. En fin, que tuve que devolverla anunciando mi derrota tras haber montado mi particular taller a las puertas de la oficina. Es más, ni siquiera pude apretar el sillín...
Ante mi resignación a acercarme a comprar una llave inglesa en una tienda que encontrase, si estaba mejor de precio que intentar reparar la bicicleta en un taller, el chico que estaba en la oficina me indicó cómo llegar a una tienda de bicicletas donde "te ayudarán gratis". La palabra gratis resonó en mi cabeza como quien si te dicen que van a llover pasteles de crema -imposible, pero oye, ilusiona-. Me acerqué a laa tienda y tras agujerear mi sudadera de lo de punta que se me había puesto el vello al ver los precios de las bicicletas -no bajaban de 399€ y ya era mala...- me dispuse a preguntar con mil vueltas por una herramienta para arreglar mi bici o lo que fuera, diciendo que venía de la residencia, tal... bueno, el buen hombre me puso una brida al módico precio de 50 céntimos. Como aguantaba bien, tiré hacia la biblioteca a la búsqueda de mi USB. Pregunté en recepción, donde guardan aquellos que han sido extraviados... pero nada, así que la alegría de volver a tener bici por la jodienda de haber perdido el USB. Al menos sólo tenía dos documentos, los del contrato de estudios...
Cuando llegué a mi barrio continué por la avenida y compré algunas cositas en el Jumbo para probar nuevas recetas. Al fin encontré los fideos -vermicelli o algo así- con los cuales mis sopas nocturnas serán algo más que agua con cuatro verduras. Dejé la compra en casa y fui al centro con mis compañeras Lilia y Marina hasta que las dejé en la puerta de la facultad tras hacer varios recados. Me da que tenía mono de bici...
No hay comentarios:
Publicar un comentario