sábado, 14 de enero de 2012

Mi tierra, mi mar

 "El mar, la mar, sólo la mar". Con este verso de Rafael Alberti, poeta andaluz del 27, quisiera comenzar esta entrada.

Tenía una cita pendiente al pasar mis vacaciones de Navidad en Lepe y ésa era sin duda la visita a la playa de La Antilla. Fiel a mi costumbre española, pero ahora arraigada en Holanda, me desplacé en bici hasta pie de playa, donde disfruté que mis ojos me hicieran chiribitas contra el sol onubense. 

La arena, fría por el invierno, daba paso al Océano Atlántico, que moldeaba la costa provocando pequeñas dunas y golas. El sol, sin impedimentos por lo despejado y azul del cielo, se reflejaba en las tranquilas aguas dando unas instantáneas preciosas como la que acompaño aquí abajo. Parece mentira tener este paraíso a tan sólo unos kilómetros de casa, si bien es mejor aún la playa de Nueva Umbría. No pude visitar ésta porque requería más tiempo y esperaba visita, sí que en cuando recibí la llamada telefónica para avisarme de que había llegado pedaleé hasta mi casa. Veinte minutos y allí estaba. 

Aproveché para grabar un simpático vídeo, sólo estropeado en parte por el ligero viento, aumentado por la velocidad a la que iba con la bicicleta. Sí, hice el vídeo montado en ella. He de advertir, para cuando lo suba, que no cometí ninguna temeridad pese a que en él parezca que me voy a chocar en un par de ocasiones. Soy un conductor cauto -no me lo creo ni yo, pero tenía que decirlo-. Unos chicos salieron saludando y a la vuelta me dijeron "¡no lo vayas a subir al Youtube, eh!". "Pues va para el Youtube", les respondí a lo lejos. Lo siento mucho... si no querían, que hubieran evitado el saludo. No voy a privarme de compartir un vídeo que había iniciado con la intención de subirlo a Youtube sólo porque alguien decide aparecer y luego quiere censurarme. Otra anécdota es una pareja que aparece besándose casi al final, sin quitar que el vídeo se me cortó justo cuando iba a terminarlo porque me quedé sin batería. ¡Qué cosas!

jueves, 12 de enero de 2012

De Lepe viene cargado de...

 No todo iba a ser traer ropa. El equipaje de enero tenía que venir escaso de peso que deba volver a España, así que he aprovechado para cargar un poco de provisiones. Unos mantecados de los padres, hojaldres de mi abuela materna, jamón de mis abuelos paternos, más jamón de mis padres... y turrón.

Recién sacado todo de la maleta lo he ido colocando y así ha quedado, pero no iba a dejarlo todo el día en la habitación. De momento, han caído algunos hojaldres, mantecados, polvorones y algo de jamón y turrón. 
Como manda la tradición española, he puesto un plato con los dulcitos navideños para ir cogiéndolos y ofrecer a las visitas. Ayer vinieron a verme Lilia y Marina y les invité a tomar unos. Creo que la elección fue mantecado.

Esta mañana han caído dos hojaldres y seguirán cayendo poco a poco. Al fin y al cabo... no es por comer más, es por no tirarlos cuando vaya a volver.

miércoles, 11 de enero de 2012

¿Quién dijo distancia?

A veces, sobre todo en España, me han preguntado si he probado algún plato típico holandes. Ninguno, sólo el queso. La mayoría de las veces cocino comida italiana, aunque esta noche ha tocado comer andaluz.

Tras un día cansado, más que nada por la limpieza que le he pegado a la cocina de arriba a abajo, no sabía qué hacer de cenar. Finalmente, me decidí por un poco de mi sagrado jamón onubense y un poco de vino de Jerez de la Frontera. En la foto puede verse la cena que me he pegado, sin duda una de las mejores que he tenido en Holanda. 

Pronto me acostaré que mañana tengo clase, pero antes daré un pequeño repaso a un poco de queso Chedar que, aunque no sea andaluz, está muy bueno también. Que no se diga que los Erasmus nos alimentamos mal.

Al fin, las notas

Debido a mi escasa pericia con la enormemente burocratizada presencia en la red de la Universidad de Maastricht, no había podido encontrar mis notas aún. Ahora, gracias a mi compañera Lilia, he ido paso a paso como me indicaba hasta encontrarlo, en un enlace perdido en medio de una tabla en el margen derecho de... en fin, casi imposible de encontrar bicheando.

Las notas que aparecen con "NG" son un "No presentado" debido a la gracia que me hicieron en el primer periodo. Resulta que no me dejaban asistir a clase ni examinarme, pero bien que me inscribieron en todas las asignaturas posibles. Private internacional law es la asignatura que estoy cursando ya en enero. No obstante, que venga lo interesante. 

He aprobado las dos asignaturas a la que me presenté, una de ellas con un 6 y la otra con sobresaliente. He de decir que veo muy recompensado el tiempo que dediqué a ambas, siendo mi tónica general -los que me conocen mejor entienden lo que quiero decir con ello-. En concreto, la asignatura del seis demuestra que sí, se puede aprobar una asignatura en condiciones que mejor dejo para relatar a mi círculo íntimo, el resto no se lo creería. La otra, con mejor nota aún, ha sido fruto de una presentación y un ensayo a los que dediqué tiempo y esfuerzo, aunque éste segundo pudo ser ún mejor -iban a ser objeto de estudio Francia y España, pero por cuetsiones de tiempo deseché ésta última-. En definitiva, estoy muy contento de haber cosechado estos 12 créditos, que en España serán 14 y supondrá que llegaré con un bien en Derecho Procesal Civil y Penal y un sobresaliente en Derecho Internacional: Derecho de la Unión Europea. Ya puedo decir que he aprobado asignaturas en inglés en Holanda y además una de ellas con nota alta.

Maastricht una vez más

¿He vuelto o me he ido? Ya no lo sé... Tras tres semanas en Lepe pasaré tres semanas en Maastricht. Son cuatro vuelos sin escalas en dos meses, pasando de Holanda a España, de España a Holanda y otra vez de Holanda a España.

Después de escribir la última entrada de este blog -entiéndase como la previa a ésta- me acosté una horita y terminé de preparar el equipaje. Finalmente dejé en casa un chaleco que abriga muy bien y que me regalaron mis padres por Reyes... más por cuestión de peso por cualquier otra. He venido lleno de consumibles que se consumirán, oseáse: jamón, mantecados, hojaldre, polvorones, turrón... y no va a volver nada, lo aseguro. Compartiré un poco con compañeros de aquí, eso sí. 

Salimos, mis padres y yo, hacia el aeropuerto a eso de las tres y media, con tiempo suficiente dado que no tenía que facturar nada. Vine con una maletita de mano, bufanda, guantes, gorro y chaquetón. Por cierto, bufanda y gorro también han sido parte de la campaña de recolección de Reyes 2012, cortesía de mi suegra. Cuando quedaban unos 40 minutos para el cierre de la puerta decidí pasar seguridad y llegaron, una vez más, las despedidas. Más difíciles para mis padres, menos para mí. Al fin y al cabo, volveré pronto y esta vez tenía sensación de rutina, no de despedida para largo tiempo. Finalmente, me dirigía a un lugar conocido, no como la otra vez. 

En seguridad no tuve problemas. Por primera vez después de varias no me pitó la puerta -odio quitarme la correa, aún a riesgo de que me pasen el detector o me cacheen-, pero cuando iba a recoger las cosas quien monitorizaba la cinta me indicó que pasara el portátil en una caja y la maleta de nuevo. En fin... puerta atrás y a esperar, haciéndose señas a mis padres de lo que sucedía. Cogí las cosas, me despedí por última vez y rumbo a la puerta de embarque, aún cerrada. Abrió a los diez minutos y nos quedamos esperando en una rampa junto a la pista de aterrizaje. Sí, éstos de Ryanair nos tratan como animales, como aseguraba un pasajero que viajaba con su hijo. Por fin nos dieron señal y fuimos hasta el avión. Tomé asiento y a esperar al despegue, tras el cual contemplé escasos cinco minutos de panorámica y caí rendido. Al despertarme vi que quedaba para aterrizar una hora más o menos, pero logré dormir a ratejos. Holanda se dejaba ver entre canales, niebla y nubes sin parar, como los de la foto. 

Una vez en Eindhoven cogí el autobús que me llevaba al centro, donde conocí a dos sevillanos que vivían en Holanda -andaluces por el mundo-. Por casualidades de la vida uno de ellos era el que iba con su hijo, que se dirigía a un pueblo cercano a Utrecht. El otro se bajó a medio trayecto, pues estaba haciendo un Master en Eindhoven. Del primero me despedi al llegar a la estación de trenes diciendo que iba a comprar los billetes, pero tomé el pasillo contrario sin darme cuenta. En cualquier caso, aproveché la presencia de un burguer king para desayunar a las 10.00. Sí, tenía hambre y con eso aguantaría lo suficiente. Fui, esta vez sí, a la oficina de venta, donde había no menos de seis españoles uno tras otro. Cuando tuve el mío fui al anden, pero llegué tarde por cinco minutos, así que a esperar. Aproveché para grabar un pequeño video e irme a la parte delantera del tren. ¡Qué leches, cuando llegó me vi a la mitad, así de largo era! Debía medir al menos doscientos metros e incluso puede que más. Cubre la línea Amsterdam-Maastricht atravesando Holanda por el centro, así que se comprende, aunque iba casi vacío. 

El viaje en tren fue tranquilito, como esperaba. A media hora de llegar me entró sueño y pegué una cabezada corta. Llevaba desde las 7 de la mañana del día anterior sin dormir del tirón, sólo a trompicones de una hora, veinte minutos, etc. Quizás sea por eso que anoche dormí catorce horas y aún podía pegarme unas más, dado que había estado unas treinta y cinco sin dormir bien. En cualquier caso, cuando llegué a la estación estaba convenientemente en el primer vagón y me ahorré caminar todo el andén hasta la salida. Cogí el autobús de la linea dos hasta Malbergsingel y pasé por la puerta de Talienruwe hasta mi piso. Entré, dejé de las cosas y me eché la prometida foto que se ve a la derecha.


martes, 10 de enero de 2012

Navidades en España

 El primer día en España el día se me hizo más largo. Sí, llegué por la tarde, pero atardeció a las seis pasadas, casi las siete, cuando en Maastricht a las cuatro y media ya caía la noche y de una manera más rápida. Ese tono de naranjas, morados y azules que tiene el cielo andaluz no lo tiene Limburgo ni de lejos... y lo echaba de menos.

Tras pasar la nochebuena en familia en Isla Cristina, pasé el día entero de Navidad en casa, sin salir, con mis padres y mis hermanos echando unos buenos ratos a la Wii. Por la noche salí con mi amigo Dima a tomarnos unos Martinis y jugar al billar. ¡Qué igualadas estuvieron las partidas, de antología! Los días son cortos y tenía dos semanas y media para todo, así que me puse manos a la obra gastando días con mis seres queridos. El lunes se lo dediqué a mi novia, que había vuelto de Sevilla. Catorce horas juntos no son nada tras tres meses separados y a la vez es la eternidad de un sueño cumplido, después de tantas veces repetidos oníricamente en una cama a casi dos mil kilómetros de ella. 

El martes 27 estuve con mis amigos y compañeros de Facultad almorzando en la Cervecería Bonilla, en Huelva. Un buen secreto con patatas, ensaladilla de gambas y huevos fritos, lo que necesitaba mi cuerpo tras degustar una cerveza fría, aceitunas aliñadas y una tapita de patatas ali-oli. No se me saltaron las lágrimas de la emoción, pero creo que fue por el ansia con el que devoré todo mientras hablaba con mis compañeros y me ponían al día. La de cosas que pasan en la universidad mientras uno se va... madre mía. Tocaba reposar, así que un café con leche al cuerpo. Intenté pedir un carajillo de Baileys, pero no fue posible tras explicar al camarero cómo lo quería. Quedaba tarde por delante, asi que tras despedirse las chicas del grupo, los chicos nos fuimos a otro local a tomar unos Martinis. Entre que no nos pusieron frutos secos y que nos cobraron una enormidad no pensamos volver allí. Además, ni nos limpiaron la mesa... pero pese al disgusto nos quedaron ganas de, al volver a Lepe, tomar dos rondas de birras y jugar al billar. Por el camino, cruzando el puente de Huelva, se apreciaban unas vistas realmente preciosas del atardecer onubense.

Pasé los días en una cosa y en otra, como el día treinta, en el que acudí a un pleno municipal del Ayuntamiento para saludar mis compañeros concejales. Después, un café con Javi Valderas -pendiente desde hacía largos meses- y el corte de pelo que falta me hacía. El año nuevo lo pasé con la familia a la hora de tomar las uvas y con Dima y mi novia por la noche.

El dos de enero entregué a última hora un  ensayo jurídico para la asignatura de historia del Derecho y desde entonces me vi por fin en vacaciones, aunque con la agenda igual de apretada. Café con mi amiga Itziar; también con mis amigos Fender y Dima; café, cerveza y tapa con Domingo Delgado; paseos con mi novia Virgi; visita a mi maestra de primaria; cena de pizzas con mi familia e incluso una cena con mi novia y nuestras familias la noche del uno de enero. 

Esta noche del nueve de enero, ya día diez, parto de nuevo hacia Holanda, hacia Limburgo, hacia Maastricht. Me queda una sensación agridulce poor todos lados, ya que vuelvo a dejar España para ir a Holanda, pero esta vez sólo iré por poco tiempo y ahí se habrá acabado "todo". No me olvido de mi tacita y todos mis compañeros Erasmus, a los que ciertamente extraño, aunque muchos no estarán a mi vuelta y se me hará raro.

En mi maletín llevo ahora la seguridad de conocer el camino, la tranquilidad de saberme algo más maduro -pero no mucho más, lo siento- y un póster del paraje más bello de Lepe: la playa de Nueva Umbría. Llevo algunos folletos sobre Lepe para darlos a quienes estén interesados en visitar mi pueblo, ya que uno es embajador de su tierra allá por donde va. 

Ahora camino de otra forma, con pisadas más fuertes... creo que el zapato se me está destrozando por los talones, otro par a la basura -no tengo remedio-.

lunes, 9 de enero de 2012

Vuelta a casa (II)

Me senté en mi asiento, pegado a la ventanilla, tras colocar mi equipaje de mano encima mía. Por exigencias de una azafata puse el chaquetón encima del maletín, el vuelo iba muy cargado y por megafonía pedían colaboración ante este suceso. Una pareja se sentó a mi lado, creo que holandesa.

Antes de despegar miré la hora; iba con retraso. Apagué el móvil y puse mi cazadora bajo el asiento de delante, tal y como pedían las azafatas. Me encanta viajar en avión y sobre todo el despegue y el aterrizaje, así que ningún problema con esos minutos. Según las indicaciones del capitán, no tendríamos incidencias en el que iba a ser el décimo vuelo de mi veinteañera vida. Una vez en el aire pude contemplar la extensión de la llanura holandesa, toda verde y salpicada de canales. Como había dormido poco la noche anterior y me esperaba un día largo en España, me dispuse para poder dormir y me forcé a ello, sin lograrlo, hasta que finalmente caí rendido fruto del agotamiento, con la ventanilla cerrada. Al abrir los ojos miré la hora y vi que aún quedaban unos largos sesenta minutos de vuelo. Abrí la ventanilla y contemplé un paisaje árido, montañoso y marrón: España. Lo sé porque recuerdo que el capitán había dicho que pasaríamos por Asturias dirección Faro. En cualquier caso, fuese Portugal o España, se notaba la diferencia de la península respecto a las tierras bátavas. Finalmente, descenso, vistas de un campo de golf, sobrevolamos un poco el Atlántico y volvimos a tierra para aterrizar en Faro, Portugal. 

La alta ocupación del avión provocó que tardase un poco en bajarme, pero había sido puntual incluso pese al retraso. Éstos de Ryanair saben mucho y proyectan 3 horas para vuelos de dos y media. Cuando por fin salí a la puerta de avión, sentí calor y los ojos me hicieron chiribitas. Si Holanda me despidió con su tiempo típico, mi península ibérica no iba a ser menos. Medio segundo de contemplación y a la escalerilla. El maletín pesaba, pero caminaba rápido, adelantando a los demás viajeros. Sólo una familia holandesa que iba, como yo, con equipaje de mano pudo seguir por delante mía en el apasionante eslálon que había que hacer entre pasillos hasta salir de la terminal. Al fin veía gente fuera y supe que estaba cerca, pero no veía aún a mi familia. Paré un segundo a dos metros de la salida, cambié el maletín de mano habiéndolo dejado en el suelo y continué. A la izquierda estaban todos: mi padre grabando en vídeo, mi madre ansiosa mirando a la salida y mis hermanos expectantes. Mi única palabra fue "¡buenas!"

Tras los abrazos, besos y bienvenida en general, caminamos hacia el coche, donde mi padre me dio una lata de pepsi y me preparó un bocadillo de chorizo. ¡Qué bien sabe la comida española, leches! Pagamos el parquímetro, me pusieron al día de la actualidad familiar -ningún fallecimiento, pero enfermedades varias cuya noticia no había llegado a Holanda a propósito- y pusimos rumbo a España. Debido al peaje de la autovía debimos coger la carretera nacional, todo un latazo. Di un toque a mi novia y me deleité con el solecito ibérico. 

Unos veinte minutos después de pasar la frontera llegamos a Lepe. Pedí a mi padre que parase para hacer una maldad. Fui al maletero y saqué una de las banderitas de Holanda y la saqué por la ventanilla. Al llegar a la altura de la casa de mi novia la saqué y, mientras mi padre hacía sonar la bocina, gritaba ¡vuelvo como un presidente de la república, en coche oficial! al ver a mi novia asomada al balcón -la última vez que la había visto en persona, me iba en coche mientras dije "me voy como un presidente de la república"-. Ella reía y me bajé del coche. No estaba la cosa para hacer de Romeo, así que me dirigí a una puerta del edificio. Leches, era la otra. A correr. Allí estaba. Abrazos. Besos. Emoción. 

Ella tuvo que irse a Sevilla a pasar la nochebuena con sus abuelos, por lo que estuvimos juntos sólo diez minutos. Después fui a casa de mi abuela materna, donde llegué y saludé con toda naturalidad, como si estuviese todos los días allí. Entonces caminé hacia mi abuela y fue cuando reaccionó rompiendo a llorar mientras me abrazaba. Estuve allí con mi familia un rato y fuimos a casa. Tres meses y sólo me parecía que hubieran pasado unos días: todo igual. Eso sí, cuando subi a mi habitación la temperatura me chocó, acostumbrado a la de Maastricht con la calefacción 24h. Fui corriendo a casa de mi amigo Dima para saludarlo y me quedé a tomar algo, hasta que llegó la hora de volver a casa, ducharme y vestirme para la cena. Fui con el tiempo justo para ir a Isla Cristina a cenar con la familia, donde me quedé fuera para hacer creer que me había ido a Sevilla y, una vez que entré, fui hasta la cocina en silencio acercándome a mi abuela paterna para decirle junto al hombro mirando la comida ¡uy, qué rico!

Durante la cena tuve momentos para contar curiosidades sobre Holanda y responder a preguntas sobre el país de los canales. Además, pude tener debate jurídico sobre penas, juzgados, procesos... en mi salsa y defendiendo posturas poco políticamente correctas. Al volver a Lepe, tanto Dima como yo estábamos cansados, así que fui a la cama directamente. Acostumbrado a tener sólo una sábana y el nórdico, las tres mantas con el edredón me hacían sentir como si me fueran a aplastar. Pese a ello, no me costó conciliar el sueño: ya estaba de vuelta en casa.
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