El primer día en España el día se me hizo más largo. Sí, llegué por la tarde, pero atardeció a las seis pasadas, casi las siete, cuando en Maastricht a las cuatro y media ya caía la noche y de una manera más rápida. Ese tono de naranjas, morados y azules que tiene el cielo andaluz no lo tiene Limburgo ni de lejos... y lo echaba de menos.
Tras pasar la nochebuena en familia en Isla Cristina, pasé el día entero de Navidad en casa, sin salir, con mis padres y mis hermanos echando unos buenos ratos a la Wii. Por la noche salí con mi amigo Dima a tomarnos unos Martinis y jugar al billar. ¡Qué igualadas estuvieron las partidas, de antología! Los días son cortos y tenía dos semanas y media para todo, así que me puse manos a la obra gastando días con mis seres queridos. El lunes se lo dediqué a mi novia, que había vuelto de Sevilla. Catorce horas juntos no son nada tras tres meses separados y a la vez es la eternidad de un sueño cumplido, después de tantas veces repetidos oníricamente en una cama a casi dos mil kilómetros de ella.
El martes 27 estuve con mis amigos y compañeros de Facultad almorzando en la Cervecería Bonilla, en Huelva. Un buen secreto con patatas, ensaladilla de gambas y huevos fritos, lo que necesitaba mi cuerpo tras degustar una cerveza fría, aceitunas aliñadas y una tapita de patatas ali-oli. No se me saltaron las lágrimas de la emoción, pero creo que fue por el ansia con el que devoré todo mientras hablaba con mis compañeros y me ponían al día. La de cosas que pasan en la universidad mientras uno se va... madre mía. Tocaba reposar, así que un café con leche al cuerpo. Intenté pedir un carajillo de Baileys, pero no fue posible tras explicar al camarero cómo lo quería. Quedaba tarde por delante, asi que tras despedirse las chicas del grupo, los chicos nos fuimos a otro local a tomar unos Martinis. Entre que no nos pusieron frutos secos y que nos cobraron una enormidad no pensamos volver allí. Además, ni nos limpiaron la mesa... pero pese al disgusto nos quedaron ganas de, al volver a Lepe, tomar dos rondas de birras y jugar al billar. Por el camino, cruzando el puente de Huelva, se apreciaban unas vistas realmente preciosas del atardecer onubense.
Pasé los días en una cosa y en otra, como el día treinta, en el que acudí a un pleno municipal del Ayuntamiento para saludar mis compañeros concejales. Después, un café con Javi Valderas -pendiente desde hacía largos meses- y el corte de pelo que falta me hacía. El año nuevo lo pasé con la familia a la hora de tomar las uvas y con Dima y mi novia por la noche.
El dos de enero entregué a última hora un ensayo jurídico para la asignatura de historia del Derecho y desde entonces me vi por fin en vacaciones, aunque con la agenda igual de apretada. Café con mi amiga Itziar; también con mis amigos Fender y Dima; café, cerveza y tapa con Domingo Delgado; paseos con mi novia Virgi; visita a mi maestra de primaria; cena de pizzas con mi familia e incluso una cena con mi novia y nuestras familias la noche del uno de enero.
Esta noche del nueve de enero, ya día diez, parto de nuevo hacia Holanda, hacia Limburgo, hacia Maastricht. Me queda una sensación agridulce poor todos lados, ya que vuelvo a dejar España para ir a Holanda, pero esta vez sólo iré por poco tiempo y ahí se habrá acabado "todo". No me olvido de mi tacita y todos mis compañeros Erasmus, a los que ciertamente extraño, aunque muchos no estarán a mi vuelta y se me hará raro.
En mi maletín llevo ahora la seguridad de conocer el camino, la tranquilidad de saberme algo más maduro -pero no mucho más, lo siento- y un póster del paraje más bello de Lepe: la playa de Nueva Umbría. Llevo algunos folletos sobre Lepe para darlos a quienes estén interesados en visitar mi pueblo, ya que uno es embajador de su tierra allá por donde va.
Ahora camino de otra forma, con pisadas más fuertes... creo que el zapato se me está destrozando por los talones, otro par a la basura -no tengo remedio-.
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