Han pasado 23 días desde que volví de Maastricht. Ya estoy plenamente habituado a las tempraturas de siempre y no ha llovido una sola vez desde que estoy aquí, ni siquiera se ha nublado el cielo. Además, la máxima de cada día no ha bajado tampoco de 15ºC, luego no me puedo quejar por ello.
Siguiendo con las bondades de haber vuelto, no puedo dejar de mencionar volver a estar con mi familia, mi novia y mis amigos. Y tampoco puedo olvidarme de unas cervezas con tapa de jamón que me tomé el otro día, que sabe mejor aún si sabe tras tanto tiempo sin esa buena costumbre.
Finalmente, la Universidad. Ya he acuñado una frase que resume mi vuelta a la Universidad de Huelva: "Allí era un mendigo; aquí soy un señor". Quizás tenga más profundidad o más significado del que aparenta, pues no sólo me refiero a calificaciones, premios o carga de trabajo, sino también a mi posición misma como jurista. Mientras que el Huelva domino lo básico para mantenerme con holgura en el nivel medio y, si se me permite la licencia, puedo destacar a veces, en Maastricht era un perfecto estudiante más. Es lógico que el ambiente de aquí me anime más al estudio, cuando aquí me siento en casa y conozco a los compañeros, el sistema, los profesores y hasta el ordenamiento jurídico en sus líneas más elementales. Quizás me faltó tiempo para conocer la Universidad de Maastricht, pese a que guardo gratitud a los conocimientos y habilidades adquiridos. Estuve realmente tres meses en la Universidad y eso, querido lector, es muy poco para todo un sistema educativo diferente de cabo a rabo al que tenía. Pude cosechar mejora en mis habilidades, pero no puedo decir que me integrara complemente en él.
Ah, seguro que hay quien se pregunta: ¿Y el síndrome post-Erasmus? Existe. En mi caso es complejo, tan complejo como supongo que será en todos los estudiantes ex-Erasmus. Nostalgia a momentos, alegría en otros... Salvando el abismo de diferencias, es lejanamente comparable la sensación a una relación a distancia -ejemplo que hago para facilitar la comprensión-. Anteayer pude hablar con mis compañeras Marina y Liher y me sentí como si estuviera hablando tras la ventana. De hecho, me dieron ganas de decirles que me hicieran hueco y me cogía un avión -como lean esto les va a faltar tiempo para animarme, seguro-. También mantengo el contacto con otros ex-compañeros Erasmus -o compañeros ex-Erasmus, según se prefiera-.
El verano será cuando pueda, si todo lo permite, tener reencuentros y alegría. Lo más triste de todo esto es, ciertamente, la soledad. No debe entenderse en el sentido típico, sino como soledad en el sentimiento, me explico, me falta a mi lado a quien recordarle las coñas de siempre, los sitios donde íbamos, etc. Por suerte, este blog ayuda mucho en ello y a veces me comentan anécdotas que aquí he relatado lectores con los que me cruzo. Y, por supuesto, mi novia, a la que he tenido bastante al día de mi periplo por una ciudad al sur de Holanda llamada Maastricht.
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