Las grandes amistades se ponen a prueba en los momentos más difíciles; las parejas que resisten las crisis se hacen más fuertes. Mi prueba de fuego estaba cerca... los exámenes. Con mi familia y amigos a 1800km de distancia, sólo podía apoyarme en ella: mi tacita de vaca.
Hemos pasado ratos apacibles compartiendo un café mientras la lluvia se deslizaba por la ventana, bebido vino en cenas Erasmus, derrochado días sabáticos enteros y aprovechado tardes para estudiar. Hasta el momento, todo había ido bien y allí estaba ella conmigo, pero llegaba la época de exámenes y el consecuente trabajo extra para aprobar. Entonces acudí a ella.
Necesitaba ayuda, sólo no podría con el temible examen que se iba acercando en el calendario. Por eso fui hasta la tacita y le rogué que me echase un cable cuando más la necesitaba. No era pequeña la tarea, y ella lo sabía, por eso se quedó pensativa en el microondas durante unos minutos. Yo, impaciente por naturaleza, no paraba de andar de un lado a otro de la cocina esperando a que se decidiese. Cuando por fin salió me calentó la manos y me aseguró que me ayudaría en todo lo que necesitase, ayudándome a estudiar y dándome ánimos cada día.
Fuimos a la habitación y nos pusimos manos a la obra. Ante la montaña de papel me agobié un poco y ella me dió unos besos cálidos con sus labios marrones, calentándome el alma y reconfortándome en aquella fría tarde de diciembre. No puedo decir que trabajase todo lo que me hubiera gustado, pero al menos sí que pude ponerme manos a la obra con el ánimo mucho más alto que antes. Gracias a ella.
Fueron pasando los días, tan veloces como siempre, en compañía de mi tacita de vaca y los papeles para estudiar. Las tardes volaron, aunque fueron menos amargas en compañía, y llegó la final fecha del examen. Una última despedida antes del momento decisivo me cargó de energía para enfrentar el reto que me esperaba. Salí rendido, pero en cuanto llegué a casa la abracé y le agradecí su ayuda. Definitivamente, las grandes amistades se demuestran en los peores momentos... y mi tacita de vaca no me falló.
Por desgracia la felicidad no nunca eterna ni completa. Por Navidades vuelvo a casa, pero ella no puede venir conmigo... Tras tanto tiempo juntos en buenos y malos momentos, acostumbrados a vernos día a día, a enfadarnos, a trabajar... se hace difícil la despedida aunque sea por unas semanas. Reservé el inevitable momento para el último segundo antes de partir, con la maleta y el chaquetón en la cama... y me dirigí hacia ella, que me estaba esperando en la estantería.
Un gesto puede valer muchas veces más que mil palabras, por lo que fiel al refrán nos fundimos en un abrazo antes de irme. Estaba triste por despedirme de ella, pero alegre por volver a ver a mi familia y amigos. Es la idiosincracia de un Erasmus, corazón dividido entre dos tierras con felicidad incompleta en ambas, recordando siempre lo bueno del sitio en el que no está y aprovechando al máximo en el que sí.
Para mi suerte mi tacita de vaca estará esperándome a la vuelta de las vacaciones. Si volver a Lepe ha sido mi regalo de Navidad, volver a verla será mi regalo de Reyes.
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