lunes, 23 de enero de 2012

Sábado en La Haya (Países Bajos)

Tres griegos, dos españoles y una italiana en el extremo noroccidental de los Países Bajos. Parece de chiste, fue de ensueño.

Desde la izquierda, Marina (esp), Marina (gr), Stratos (gr),
Lilia (ita) y yo con el lago y el Parlamento holandés al fondo.

El día me comenzó accidentado. La noche anterior me habían comentado las dos Marinas que iban a visitar La Haya, por si me apuntaba pese a haberla visto dos veces ya -aun tengo pendiente contarlo aquí, sí-. Decidí unirme a la aventura y lo hice saber, así que respondí  preguntando la hora de salida... pero entraba la noche y no recibía respuesta. La opción que tomé fue poner el despertador a las 7 de la mañana y ver si tenía algún mensaje, con la curiosa suerte de que habían quedado a las 7:10 en el otro edificio. Marina (española) me lo había dejado escrito y me acerqué a su piso para pedirles unos minutos, con lo que volví corriendo a vestirme a contrarreloj. Creo que he batido mi propio récord. 

El Palacio de la Paz, sede del Tribunal Internacional de Justicia.
Una vez en grupo, fuimos en bicicleta hacia la estación de trenes y he ahí que cuando fui a comprar mi ticket no me admitían la VISA. Bueno, paguemos con efectivo... no tenía suficiente. Con minutos antes de que saliera el tren fui corriendo aal cajero y de vuelta a la oficina de venta de billetes. A la vuelta el tren no estaba... habían cambiado el anden desde el que sale la línea Maastricht-Amsterdam del 1 al 4. Todo salió bien y allí nos encontramos con Gabriella, una chica griega que ya conocía y que iba a venir con nosotros. Teníamos que hacer trasbordo en Utrecht Centraal para coger el tren hasta La Haya -vía Gouda, por cierto- y haciéndolo perdimos el tren por justo unos diez segundos. Vamos, que nos cerraron la puerta en las narices. En el letrero electrónico vimos otro tren hasta La Haya en 4 minutos, así que subimos de nuevo, corrimos como bellacos y bajamos al otro andén, donde esta vez sí que pudimos coger el tren a tiempo.

Un taxi muy curioso en La Haya.
Al llegar a La Haya lo primero que hicimos fue desayunar. Tomamos un café en el Starbucks y compramos algo en el Albert Heijn. En mi caso, un espresso solo y un paquete de patatas paprika (picantes). Dimos una pequeña vuelta y nos acercamos a la oficina de Turismo, donde nos indicaron los lugares más reseñables de la ciudad. Primero visitamos el Parlamento, aunque no entramos finalmente al hemiciclo y lo vimos desde fuera. Nos echamos una foto con el lago que había tras el Parlamento neerlandés y continuamos hacia la calle más vieja de la ciudad, donde estaba antiguamente el Parlamento y ahora hay un museo. De camino vimos la feísima embajada de EEUU y, tras ver la calle, la Embajada de España y la cancillería unos pasos más allá. Empezó a llover fuerte, pero nos acercamos igualmente al Palacio de la Paz, sede del Tribunal Internacional de Justicia, que es conocido por su localicación como el Tribunal de La Haya -no confundir con la Corte Penal Internacional, que recibe el mismo seudónimo y está en otro edificio, que no visitamos. A la vuelta vimos un taxi muy curioso, al que le eché la foto que se ve a la izquierda. De hecho, al fondo a la izquierda se ve el Vredespaleis -Palacio de la Paz-. 

Stratos y yo brindando un café.
Tocaba dar la vuelta hacia el centro, ya que no había ganas de ir a la playa con la que estaba cayendo. Fuimos a ver el Palacio de la Reina, Noordeinde Paleis, y sus jardines, donde nos echamos un par más de fotos. Como el estómago reclamaba, paramos a comer en un McDonalds y decidimos ir a tomar un café. Cabía la posibilidad de ir a una cafetería junto a la plaza, cerca de la cual estaba el mundo en miniatura tan famoso. Cogimos el viejo tranvía hayense para ir a la playa y vimos un gran hotel de color naranja dominando las vistas hacia el mar. Una construcción se adentraba en el agua, donde estaban una galería comercial, la cafetería y una torre de puenting. Subimos a la torre, pese a todo el viento que hacía y que provocaba que nos costara dar cada paso, y después fuimos a tomar un café, donde le propuse a Stratos la loca idea de "brindar un café". Gabriella dijo que daba mala suerte, pero no nos sucedió nada malo después de ello.

La puesta de sol en las playas de La Haya.
En la galería comercial me compré una corbata de listas diagonales y un fondo con molinos de viento muy sutiles pero bonitos. No es mi estilo de corbata precisamente, pero ya le he cogido cariño y preveo que me la pondré más de una vez llevando orgulloso mi paso por estas empapadas tierras del norte. Acompaño además una bonita fotografía que hice a las vistas desde la galería hacia el oeste. El sol podía verse difuminado pese a la gran cantidad de nubes que hay siempre en Holanda. Gabriella, Marina, Lilia y yo intentamos entonces visitar el Madurodam, a unos tres kilómetros de allí, mientras Stratos y Marina seguían en la playa. Dimos el paseo en vano, pues estaba cerrado hasta de abril... así que nos volvimos en tranvía, que estaba completamente petado. Cuando lo vi propuse en seguida esperar al siguiente, pero nos subimos porque todos iban a estar igual seguramente. Además, como subimos por la puerta de atrás, nos esperaba una odisea preciosa hasta llegar al inicio y poder pagar el billete. Sólo teníamos que hacerlo Marina y yo, que carecemos de Chipkaart -tarjeta para pagar en todos los medios de transporte holandeses-. Fuimos poco a poco, pero en el último vagón era imposible caminar más... y estuvimos ahí esperando unas cuantas paradas a que se bajase la gente para poder seguir. Al final se bajaron, si, pero en la estación central, donde también nos bajábamos nsootros. Sin quererlo ni berberlo: simpa. 

Marina, Lilia y yo comiendo pizza por la noche, tras el viaje.
Nos tomamos algo en el Starbucks de nuevo y me tomé un Frapucino tras probar el que se pidió Marina -nos lo dio a probar a todos y era café helado con vainilla-. Después nada, al tren y para casa. Cogimos el que iba hacia Utrecht Centraal para hacer el cambio directos hasta Maastricht. Todo bien y llegamos a Maastricht sanos y salvos -tengo un vídeo y fotos del trayecto que no tienen desperdicio-. Stratos se fue a casa de unos amigos suyos y Gabriella vivía cerca, así que Marina, Lilia, Marina y yo nos cogimos unas pizzas y las llevamos a la residencia para comerlas allí. Estaban heladas por haber sido transportadas en la parte trasera de la bici... pero lo importante era la compañía.




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