martes, 27 de septiembre de 2011

Sábado en Bilzen (Bélgica)

El sábado, un grupo de nueve compañeros nos aventuramos a ir a Bélgica montando en bicicleta. Cuatro italianos, tres españoles, un escocés y una canadiense; cinco chicas y cuatro chicos. 

Las primeras fotos del día cayeron rápido, previniendo la ola de flashes que nos iba a acompañar toda la jornada. De hecho, hay algunas muy graciosas por ahí y me enorgullece ser protagonista de varias. No obstante, la primera foto grupal y de importancia fue ante la frontera, como no podía ser de otra forma. Un cartelito que decía "Flandes, provincia de Limburgo, localidad de Veldwezel, municipio de Lanaken" nos indicaba el lugar exacto y allá que fuimos valiéndonos del bendito temporizador de la digital. En la foto, de derecha a izquierda: María, Meera, Matteo, Federico, Kenneth, Lorenzo, Arminda, Marina y yo. Por los nombres se intuyen un poco los países, pero algunos ofrecen dudas. Como antes dije el número por géneros y nacionalidades y dejo la foto también, os dejo mis queridos lectores la tarea de poner cara a cada uno. Sólo diré que yo llevo unas gafas de sol en la cabeza, por si os cuesta reconocerme. 

Diez kilómetros, más bien nueve por lo ya recorrido, estábamos en Bilzen. La mayoría de la carretera no tenía carril bici y allá que indignaba no poder pasear nuestras Yamaha por la autovía de los pedales... se notaba que no estábamos en los Países Bajos. De hecho, comenzaron las bromas del tipo: ¡Anda, pero si en Bélgica también hay casa Peugeot! He de decir que la culpa fue mía, ya que antes de salir debatíamos quién llevaba bocadillo y quién iba a comer en la ciudad de destino cuando le pregunté a un belga de la residencia con todo el salero de un andaluz: Oye, Gauthier, ¿en Bélgica tenéis supermercados? Claro, el cachondeo estaba servido. 

Una vez en Bilzen nos encontramos una curiosa fiesta que me di en hacerla coincidir con la alegría de los locales por nuestra llegada. De hecho, había un local que se había quedado de blanca piedra, sobre un pedestal. Se trata de una estatua de Jesús de Nazaret al cual le faltaban los dedos de la mano derecha y éstos estaban en alambres. Me apresuré a saludar a mi buen conocido de España y por facebook circula una foto en la que están etiquetados Daniel Toscano y Jesuschrist. No digo más, salvo que intenté dejarle mis gafas de sol a sus pobres ojos pero era muy cabezón para ello. 


Tras saludar a mi conocido, pasamos por la iglesia local, donde echamos un par de fotos y me dio por probar con el agua bendita a ver si mis manos se derretían o era solo un mito... pero hay que ser respetuosos así que me dejé de tonterías con ritos ajenos. Al fin y al cabo, esa piedra con agua tiene significado para la gente del pueblo. 

Después fuimos a comer y a comer y a comer más todavía. Siempre había alguien con hambre tras haber caído gofres, baguettes y hasta muffins. Una foto para el recuerdo: un italiano bebiendo café en Bélgica y hasta diciendo que estaba bueno. Non é possibile! En cualquier caso, tomamos el camino de vuelta no sin antes guiarnos por nuestra intuición para encontrar el castillo del municipio. Veíamos carteles marrones de "Anden Biesen" y sí, así se llamaba el castillo de Bilzen. De época moderna a juzgar por su apariencia, más cercana a un palacio que a un castillo medieval, estaba esperándonos a unos 8-10 km de la ciudad.

Como costaba doce eurillos por cabeza y parecía estar relleno de oficinas no vimos interés en entrar, aunque dimos la vuelta completa y Kenneth intentó entrar por la puerta trasera que se ve en la foto junto a un grupo de floristas a domicilio. No coló. De hecho, lo que había dentro del castillo parecía ser un mercadillo de flores... más que una visita en sí al castillo. Además de la que se ve, me eché una foto con unas vacas blancas en medio de la pradera, sueltas, así que tampoco me acerqué mucho porque una me miraba fijamente y no tenía ganas de hacerme el torero delante de mis compañeros. No por cobardía o miedo, sino por evitar alimentar tópicos nacionales, ya sabe. A mí eso de capear novillos de varias toneladas me sabe hasta a poco... 

Estuvimos todo el grupo descansando en la hierba de una colina pegada al castillo y que estaba coronada por una especie de templo a una diosa grecorromana. Eché fotos, obviamente. Es lo que pasa cuando uno se lleva la cámara y sale de la ciudad... que en unas horas caen medio centenar de instantáneas. De hecho, antes de volver a cruzar el Albertkanaal (Canal de Alberto escrito en holandés para fastidiar su comprensibilidad) todavía nos echamos una última foto con las bicis y, casualidades de la vida, una tienda de bicicletas detrás. Casi al llegar tomamos un camino más corto por iniciativa mía y llegamos los cuatro primeros juntos, pero el resto tardaba en llegar. Nosotros estuvimos esperando media hora antes de irnos para hacernos la última foto de grupo en la residencia... pero ellos estaban tan tranquilos comprando en el Jumbo -supermercado-. 

Todavía, al llegar, me quedó cuerpo para ir a la cena que habían organizado los que se quedaron en la residencia, aunque por mi parte preferí cenar en casa e ir después con una cerveza al coloquio. No me fui muy tarde, estuve el tiempo justo para tomarme la cerveza, echar el rato e informarme del viaje del día siguiente a Utrecht para ir allí... pero eso es otra historia...

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