Sí, así es, y todavía no ha terminado. Me levanté media mañana, con tiempo de sobra para pillarme un cuaderno e ir al curso de inglés, desayunar, arreglarme... llegué un cuarto de hora después de empezar. ¿Tarde? No, aquí tenemos lo que se llama el "Limburg quartier" -la hora de Limburgo- que siempre va un cuarto de hora con retraso de la normal. Vamos, como los cinco minutos de cortesía pero triplicados. Y pensar que aquí, comparado con los limburgueses, soy lo más puntual del mundo... me encanta.
El curso de inglés, como el otro día, estuvo muy ilustrativo. Voy teniendo menos lagunas, aprendo curiosidades sobre el PBL -aprendizaje basado en problemas- y de camino aprendo a discutir, refutar y proponer correctamente en inglés. A la vuelta, Íñigo y yo fuimos a comprar al Jumbo y me ha sucedido una anécdota para los anales... Resulta que estábamos aparcando las bicis y no era capaz de engancharla bien porque se me iba calle abajo y para colmo me manché de grasa el pantalón -mamá, lo siento, es culpa de la bici- así que un poco molesto -algo más que un poco en realidad- colgué las llaves del manillar, puse el patacabra y la pude encadenar donde los carritos de la compra. Unos minutos después vimos un aparacamiento acondicionado y más sencillo. Hicimos la compra tranquilamente -por fin encontré la nata, aunque sigo sin salchichas...- y al salir buscaba mis llaves de camino a la bici: no estaban en el bolsillo, tampoco colgadas, no recordaba haberlas metido en la mochilla... me acercaba a la bicicleta y... ¡horror! Allí estaban, aún colgando del manillar tan simpáticas al viento. Mis llaves de la residencia, la habitación, la bici... ¡todas! Como dijo Íñigo, seguramente era tan fácil que seguramente quien lo viera pensase que era una trampa, porque la cinta de la que cuelgan las llaves pone "Guesthouse UM" -residencia de la Universidad de Maastricht-. Tuve suerte y vigilaré más.
Todavía mientras volvíamos se me calló el pan en plena calle y tuve que hacer chirriar mis frenos a "toda pastilla". Menos mal que no sufrió ningún percance gracias a la bolsita que lo protege. Eso sí, cuando llegué a casa eran las cinco y una compañera me había dejado un mensaje pidiéndonos algo de pan para que les dejásemos. Vaya día... de locos. Y todavía queda rato, que esta noche hay planes para salir.
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