No lo hago todos los días, pero a veces doy una vuelta solo en bici. Por compras, deberes institucionales -qué bien suena así llamado el papeleo- o simple placer -ocio, quise decir ocio-. La cuestión no radica tanto en la frecuencia ni el cuándo sino en el cómo. Y más concretamente en la vuelta.Hoy ha sido la segunda vez. Y ha sucedido de la misma manera que la otra, lo cual ya mosquea.
Atardecer en Maastricht. Conduciendo mi flamante bicicleta de segunda mano y despintada por Malbergsingel me dispongo a girar a la izquierda para entrar en Reinaartsingel, la calle donde está la residencia. Entonces veo un gato negro que comienza a cruzar la calle con parsimonia. Primero me mira, cual peatón al borde de la acera. Cruza tranquilo y con tiempo y paso aproximadamente cuando él está terminando de cruzar. Extrañado, miro atrás por aquello que dicen de cruzarse con gatos negros y veo que me está mirando, hierático, con su mirada felina fijada en mi rostro. Después de ello él continúa su camino y yo el mío.
No soy supersticioso, pero ya me está mosqueando el minino. O me tiene la hora cogida o la casualidad es demasiado... caprichosa -seamos parcos en palabras desagradables-. En cualquier caso, las dos escenas han sido exactamente idénticas... de película.
Si entre hoy y mañana te pasa algo malo, empieza a sospechar...al menos no te caíste de la bici xD
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