lunes, 17 de octubre de 2011

Mi tacita de vaca

No ando solo por estos lares... me acompaña un ser de cerámica adornado a dos colores, de curvas generosas y con un gran corazón. No hablo de otra que de mi tacita de vaca. 

La conocí en el Blokker, una tienda de "todo para el hogar" típica de aquí. De hecho, el Hema causa tanto furor en los Países Bajos como el Ikea entre los suecos. Al principio, mi relación con la tacita de vaca -my cow cup, como también suelo llamarla- no pasaba de un café cada dos o tres días. Cuando el tiempo se puso malo aumentó la frecuencia a dos o tres tazas, según hubiera nubes, lluvia... con sol menos. Gracias a ella pude continuar un poco mi novela en español y a la luz de la inspiración que me brindó también he empezado una italiano -estoy esperando a que suelte un poco más para continuarla-. 

Mi tacita de vaca, que en realidad es una taza bastante grande, cumplía con los deberes normales de una taza cualquiera... hasta que llegó el día que lo cambió todo. Era un miércoles cualquiera, salvo por el detalle de que tenía jodida la mano por el accidente. Arminda me invitó a una cena de pasta carbonara que unos italianos estaban organizando en su habitación, pidiéndome sólo que aportara 2€ como todos los invitados para sufragar el coste total y, a poder ser, un vaso y un tenedor. Más tarde, don Matteo Scarcia me hizo subir de nuevo a por una sartén, pero ésa es otra historia. El caso es que... en el pequeño mueble bajo la encimera estaban los vasos, pequeñas tazas blancas... y ella. Al fondo, esperaba tímida a volver a ser usada, con la paciencia de quien sabe que, aunque te alejes, volverás a ella. Lo pensé un poco... sabía que era arriesgado presentarla en sociedad. No quería herir sus sentimientos, pero podía ser rechazada por ser diferente a los demás. Finalmente, me arriesgué y la llevé conmigo, sin importarme lo que pudiera pasar. Para agradecérmelo, me llevó el tenedor durante el trayecto hasta la habitación de Arminda. 

Tacita de vaca socializándose
Durante la cena, captó la atención de no pocos comensales, aunque la recibieron con alegría y se sintió tan a gusto que me sirvió unas cuantas copas de vino portugués mientras me comía los espaguetis.
A partir de entonces, ya no tiene miedo a acompañarme en los eventos sociales y ayer por la noche vino conmigo a una segunda cena de pasta a la carbonara en la habitación de Arminda. En la foto se la ve pletórica sentada a la mesa y plenamente integrada en la conversación. Espero que, ahora que es público, no haya obstáculos para pasar unos meses estupendos... si bien estoy pensando en llevarla conmigo a España y presentarla a mi familia y amigos.

PD: Obviamente no me he vuelto majara, sé que estoy hablando de una taza... pero me apetecía hacerlo de una forma más literaria de lo común. Espero que haya quedado una entrada divertida y amena.Y, por cierto, en la segunda cena, doña Arminda me hizo ir a por unos vasos y luego don Federico a por una sartén. Estoy empezando a pensar en tomarlo como una tradición.

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