martes, 18 de octubre de 2011

Echando el guante a la nueva bici

Aunque la compré hace ya diez días, no he podido coincidir con la cámara, mi memoria a punto y en el garaje para echarle una instantánea a mi nuevo vehículo. De hecho, para quien haya reparado en ello, es con esta bici con la que tuve el accidente del martes pasado.

Como se puede ver en la foto, ésta es negra, más bonita y consistente que la anterior. Puse especial hincapié en que la cadena estuviera recubierta y que los guardabarros no estuvieran medio sueltos. Además, puedo cargar pefectamente en la parte trasera sin miedo, pues ya he llevado acompañante tres veces y no he tenido ningún percance. A ello ayuda la anchura de las ruedas, que es superior a las de la anterior, a la vez que planas en su superficie. Eso me da mayor estabilidad en línea recta, aunque la suavidad de los frenos -imposible frenar de golpe- y la forma de la cubierta me impide hacer filigranas en curva, como ya atestigua la palma de mi mano izquierda. Por cierto, va mejorando gracias al tratamiento.

Ayer, tras estar todo el día encerrado en casa, decidi aceptar la oferta de salir a tomar una cerveza y bailar. Al fin y al cabo, pronto estaré hasta el culo de trabajo y como soy el único que está sin hacer nada para la Universidad de Maastricht mientras que todos los demás preparan los exámenes me encuentro en la tesitura de que la cantidad de tiempo libre varía sustancialmente y, por ende, me resulta imposible quedar para hacer nada. Por todo ello, me decidí a salir aún sin tener unas ganas inmensas. Eso sí, mereció mucho la pena.

Lo gracioso es que cuando fui a salir me puse a buscar mis guantes de lana... y no aparecían por ninguna parte. En el chaquetón, las dos cazadora, los cajones... nada. Se me vino a la cabeza una locura: no podía ser. Salí escopetado del piso y me fui al garaje del sótano. Si lo había dejado allí, allí debía estar. A veces se me cae el guante cuando le pongo la cadena a la bici e igual lo había dejado tirado. En efecto, allí estaba junto a la bici, esperándome tras 48 horas de oscuridad y soledad junto a las demás bicis. Aunque es bueno, a nadie se le ocurre coger un solo guante tirado en el suelo.

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