martes, 28 de febrero de 2012

Vuelta a los viejos tiempos

No se puede decir que uno vuelve a la rutina hasta que vuelve completamente a la rutina. Y ella incluye no sólo el ritmo de trabajo, sino también el ocio. 

Ayer, después de tanto tiempo, tocó tarde de vodka con mi amigo Dima, Fender y Pablo, compañero de carrera que acabo de conocer hace unas semanas. Después de tanto tiempo, los chupitos de vodka no vinieron solos en el Alla, sino que llegaban en buena compañía, con limón y aperitivo incluido. Además, me encargué de que pos detrás sonara música en ruso, para culminar el momento. Atrás quedan tantas veces en que, frente a tequilas y anises con crema de whisky, yo me pedía un chupito de Smirnoff.

domingo, 26 de febrero de 2012

Viaje final a Lepe

Comenzamos a relatar los últimos días y los últimos viajes, comenzando por el final: el viaje de vuelta.

La foto de la derecha corresponde con mi último amanecer en Maastricht. Me levanté a las 07:51 -aproximadamente, pues no se el segundo exacto-, y me dispuse a recoger lo que me quedaba por recoger. En especial, tenía que quitarme el pijama, meterlo a la bolsa de la ropa sucia -hice muchas coladas los últimos días, pero imposible llevarlo todo limpio a casa- y ponerme la ropa que había dejado preparada fuera de la maleta. 

Pasaban los minutos y se acercaba la hora de la revisión. Un tweet y el ordenador a la maleta de mano. Entonces caí en que debía pasar la aspiradora. Me asomé a la puerta... aún nada, perfecto. Saqué el electrodoméstico y a aspirar. Pude terminar a tiempo y todo estaba listo para cuando sonó el timbre. Todo... excepto las tiras de triángulos de colores en la ventana. Bueno, recogi el chaquetón y me lo puse. Le indiqué amablemente al señor que vino a hacer la revisión lo que sucedía con la ventana y le pregunté si quitaba el cordón. "Sí, por supuesto, por supuesto...". Todo estaba en orden y recibí el dinero de la fianza, con lo que me despedí. Me preguntó si necesitaba ayuda con las maletas, pero le indiqué que iba a una casa al final del pasillo antes de irme definitivamente. Iba a la casa de Marina, la última en despedirme -¡quéjate del privilegio, toledana!-. Me acerqué con todos los bultos y desperté a la pobre, que me permitió dejar las maletas en su casa antes de ir a la tienda a por un último recado -que no puede ser aún desvelado-. Me echó una minibronca porque me estaba dejando caer y salía con todas las papeletas para perder el tren que me pertenecía. Sí, me estaba dejando caer, no quería irme... Finalmente lo hice, con la obvia promesa de pasarme por Toledo y que ella se pasase por Lepe -y lo harás, vamos que lo harás jajaja-. 

Fui a la parada de autobuses sorteando la nieve -de varios días ya- y conduciendo temerariamente mis tres maletas. La más pequeña iba aupada en la mediana, obviamente. Estuve esperando unos diez minutos y llegó. Esta vez no me faltaba la tarjeta de embarque, así que pude llegar a la estación de trenes. Quince minutos para la salida del tren. Pese a que quería comprar algo de comida, iba demasiado justo de tiempo, así que fui directo al mostrador. Diez minutos. La señorita me indicó amablemente que si compraba el ticket en la maquinita automática me ahorraría tres euros y me explicó el por qué... hasta que amablemente la interrumpí diciéndole en el mínimo número de palabras "se que gasto más, quiero hacerlo, tengo prisa, por favor deme el ticket". Se ve que surtieron efecto junto a mi expresión, con lo que me dio el ticket y sali corriendo al tren. Clara que, al ir con maletas, debi dar un rodeo para coger el ascensor. Una señora entraba con un carrito y me esperó mientras hice el tetris con mi equipaje. Subí, cambié de andén y de nuevo a bajar. Llegué a tiempo a mi pequeño tren belga, listo para comenzar el viaje. Una llamada telefónica a mi madre sobre la situación del viaje y la previsión de tiempo fue lo último que hice en Maastricht.

El tren pasó por Visé, como siempre, hasta llegar a Lieja. Antes de irme pregunté al revisor por la conexión para el aeropuerto de Charleroi. Tras titubear un segundo, me dijo "Tournai, plataforma 6". Me bajé el tren haciendo malabares en las escaleras mecánicas y una señora que iba detrás de mi se preocupó porque llevaba muchas maletas. En efecto, al llegar abajo no me dio tiempo a sacarlas en seguida y casi provoco un accidente, pero es de sentido común no pegarte al escalón posterior a semejante carga. Vi el cartel electrónico y no aparecía Tournai en la plataforma 6... ¡pero sí en la 9! Bueno, pude haber oído mal, así que hacia ella me encaminé. Al subir las escaleras mecánicas la maleta de mano cayó rodando escaleras abajo mientras lo demás subía. De hecho, la tapa -donde estaba el portátil- pegó con el canto de un escalón desde la altura de un metro y medio. Viendo mi portátil hecho añicos, me apresuré a recogerlo todo y a subir, sin tiempo para pararme hasta estar en el tren. En el cartel aparecía una dirección diferente, pero supuse que sería una posterior a Tournai, así que subí al mismo, con la ayuda de un chaval y su novia para mis maletas. Estaba ya tranquilo... o no. 

Con el tren ya en marcha y tras escuchar la estación "Lieja centro" me dio un pálpito y pregunté a la pareja, que no tenía ni idea. Fui corriendo hasta el revisor y le dije "Este tren... va a Charleroi, ¿verdad?" en un francés muy malo, pero que entendió. Me dijo que noo y me indicó la estación en la que debía bajarme, así como la plataforma que debía coger. El tren no tenía pérdida... "dirección Tournai". Tras cagarme en mis muelas me bajé en la estación debida y... ¡sorpresa! Ni rastro de escaleras mecánicas, pero sí una grande de las normales. Sirvan las fotos de la derecha como prueba grádica de la proeza que tuve que hacer para primero bajar y luego subir hasta el andén correcto. la gente me miraba con semejante equipaje y se asustaba. Menos mal que no había nadie, así no corría peligro al hacer la operación.

Por fin cogí el tren de Tournai y en dos horas estaría en Charleroi. Era el momento de acomodarme, dejar las maletas en su sitio... y ver el estado de mi portátil. Abrí la tapa, asombrosamente libre de magulladuras, y vi toda la pantalla salpicada de trocitos -"oh, trozos de circuito, adiós a todo", pensé-. Cuál sería mi sorpresa al descubrir que era la misma suciedad que se acumula en el teclado y que tanto cuesta sacar. "Un momento... ¿el portátil está intacto y además limpio? ¡Sí, señor!".

Estuve todo el trayecto despierto, por si las moscas. Sí, estaba cansado, pero ya podría dormir en el avión más tarde. Además, me moría de hambre... sólo había desayunado unas pocas de patatas fritas y no pude comprar desayuno en Maastricht ni en Lieja. "Debí haber acehtao que Marina me diese argo pa' desayuná", pensé. Mi tripa corroboraba tal teoría, pero no quedaba otra que esperar. Por suerte, no me surgió la necesidad de acudir al servicio y, por ende, dejar solas las maletas o sobrevivir al esfuerzo. 

Llegué a la estación de Charleroi, desconocida para mí, y busqué la salida en la dirección que deseaba. Pude dar con ella y salí de la estación, con los autobuses enfrente. Entonces, mientras me detuve para ver dónde estaba el autobús o tren o lo que tuviese que coger para el aeropuerto, pude escuchar la música de la megafonía. Sonaba Titanium, la canción que tanto le gustaba a Lilia y que no paraba de poner en los últimos días que estuve en Maastricht cuando nos reuníamos en grupo. Se me escapó pronunciar su nombre en un susurro y, sin moverme del sitio, agarrando fuerte las maletas y sin sentir el frío (-14ºC) me vi de vuelta en Maastricht en la cena que preparó Lilia, el vídeo que hice, la última noche en el Alla, mi despedida por la noche, la revisión, Marina... Mi cuerpo estaba paralizado, aunque era consciente de que debía seguir caminando para volver a casa. Tomé aire respirando profundamente mientras cerraba los ojos y los abrí al tiempo que lo soltaba y resonó en mi cabeza "Mi Erasmus ha terminado". Pensé en mi novia, mi familia, mis amigos, el buen tiempo... y empecé a caminar como el que camina con medio metro de nieve en el desierto, a base de pensar en lo que me esparaba para no volver atrás.

En realidad el autobús que debía coger no estaba a más de treinta metros. Llegué y vi que salían autobuses cada media hora y el siguiente lo haría en un poco más de un cuarto de hora. Pregunté si podía comprar el ticket en el mismo autobús y, confirmado mi deseo, me dispuse a esperar. Llegó finalmente y estuve en el aeropuerto en más o menos media hora. Dado que mi vuelo salía a las cinco menos diez y eran las tres, aún quedaba incluso hasta que se abriera el mostrador de equipaje. Me senté a esperar viendo los vuelos y me comí un Kit Kat para aguantar la gusa hasta que pasase al duty free -aún conservo, misteriosamente, el envoltorio de dicha chocolatina-. En cierto momento vi que una señora consultaba el peso de sus maletas en el peso de una de las cintas de facturación, así que me decidí a hacer lo mismo. Catorce kilos por un lado, bien. Diecisiete por otro, vaya... y diez en la maleta de mano. Ahí sobraba mucho peso... Trasladé un queso de medio kilo de una maleta a otra, con lo que la de menor peso alcanzó lo que debía, pero la otra se mantuvo en dieciséis. El otro queso iba directo al chaquetón, pero no bajaba... así que probé a trasladar ropa a la maleta de mano, que se pasó del peso. Así estuve "jugando" un rato hasta que me cansé y vi que sólo podría dejar algo en tierra o pagar los veinte euros de recargo. 

Resignado a pagar, me quedé viendo el cartel electrónico y, viendo los mostradores, busqué Ryanair. El letrero del cartel era muy raro y cuando me acerqué a los mostradores ponía "todas las direcciones". Me puse en la cola y claro, al llegar me pesó mucho la maleta. Tuve suerte de poner primero la pesada, porque la otra dio 14. Creo que dan menos peso cuando avanzan un poco que justo pegado al pasajero. En cualquier caso, la chica me invitó a probar a recolocar el peso y me dispuse a jugar de nuevo. Esta vez, cambiando las sábanas hasta la maleta de mano, logré equilibrar las tres. He de decir que me traje el nórdico y el albornoz que me regaló Fede, artículos que eran de peso y voluminosos. Así, las tres maletas estaban a rebosar e incluso una vez se me jodió por poco la cremallera de una de ellas. El peso ahora estuvo justo y pude meter ambas maletas sin sobrecargo. La cuestión ahora era la maleta de mano... que iba justita o pasándose. 

Me dirigí al control de seguridad y quien controla las tarjetas de embarque comprobó cogiendo mi maleta de mano que el peso iba en orden -a ojo-, además de apretar un poco la tapa para ver que cedía, ya que se veía hinchada. Pasé y sabía que no iba a tener más problemas, así que ya me relajé. Tuve hasta la amabilidad de poner el portátil aparte en una cajita al pasar el control de seguridad, cuando siempre espero a que me lo pidan expresamente -a veces he pasado tan tranquilo y es un latazo la operación de sacarlo y meterlo otra vez justo ahí-. 

En el duty free vi las ofertas alimenticias y me metí un bocadillo en el cuerpo además de una cola, a modo de almuerzo. No es que me llenara del todo, pero aguantaría y no quería dejarme la paga del mes en aquel sitio. Me acerqué a la cristalera de la terminal y le eché una foto a mi avión, con todo ligeramente nevado. De hecho caían unos pocos copos. Grabé un vídeo y me fui a sentar en un hueco libre. Junto a mi coincidía una chica rubia con una sudadera que ponía "Antwerpen University". Yo tengo una idéntica pero versión Maastricht, así que, imaginando que volvía a casa como yo, le dije "Ah, ¿tú también eres Erasmus?" y me respondió que no, que sólo viajaba a Sevilla. El acento me dio a entender que no era de Sevilla, pero tampoco identifiqué de qué parte de España. Le pedí disculpas y le expliqué que me había confundido por la sudadera, pues yo tenía una igual. Fue entonces cuando me aclaró que ella era de Amberes -Antwerpen en el idioma flamenco-. Sorprendido por el nivel de español que tenía, le hice saber que manejaba muy bien mi idioma y me lo agradecío, a la vez que me aclaró que era filóloga en lengua española. Estuvimos hablando un buen rato, en español, y comenzó a nevar más fuerte. Además comenzaba a formarse una buena fila, pero tan amena era la conversación que no me importaba esperar. Pese a ello, hice ademán de levantarme, diciéndole que ya era hora de ponerse a la cola por lo grande que era. Me comentó que siempre cogía prioridad de embarque y un sitio concreto cercano a la cola. Como me quedé un momento extrañado, me explicó las bondades del sitio en cuestión y, en efecto, llevaba toda la razón. Toda una experta en volar con Ryanair. Me invitó a reservarme el asiento de su lado, si quería, y nos encontraríamos allí. Acepté encantado, por lo bien que me había caído ella y la posibilidad de pasar el vuelo charlando en vez de aburrido y solo. Además, tenía curiosidad por ese asiento tan especial. 

En la cola tenía delante de mí dos sevillanos. Ingenieros, al tenor de su conversación. Me dejé saborear la sensación que se tiene cuando entiendes un idioma y la otra persona no lo sabe -aunque en mi caso pudieron adivinarlo, por el tono de piel- y fui avanzando en la cola hasta llegar a la puerta de embarque. Como Ryanair es tan amable, hay que caminar por la pista hasta llegar al avión. Con la nieve cayéndome en los ojos y aguantando el frío, caminé unos cien metros que se me hicieron medio kilómetro. Llegué a la cola del avión, entré y allí estaba, esperándome en el asiento que me dijo. Todo era tal y como lo habia descrito. Puse la maleta donde pude y a presión, pero no cabía bien... así que la cambié a otro lugar mejor. Tras todo el jaleo me senté, puse el chaquetón en el suelo y abroché el cinturón. La pista estaba muy nevada y la ventanilla se tapó completamente de nieve poco a poco. Pese a ello y, con un poco de retraso, el avión despegó sin problemas. 

Estuvimos dos horas y media hablando de todo y nada. El clima, Sevilla y sus monumentos, la gramática española, política nacionalista catalana comparada con Bélgica y hasta pude enseñarle algunas palabras andaluzas como rebujito o cacharro. A Sevilla la dejé en buen lugar, como suelo hacer ante extranjeros y siempre que no esté mi novia delante -en esos casos la capital andaluza es un pueblucho con río sucio y mucha "s" en loss oídoss.

A la altura de Madrid, ya de noche, comentaba Joy -no había comentado el nombre hasta ese momento porque, aunque resulte gracioso, tampoco nos habíamos presentado- que estaba todo muy despoblado. Le animé a ver la zona de Castilla-La Mancha, aún mejor. Como quería retarme a pronunciar su único apellido, me dejó su documento de identidad y bueno, en mi defensa diré que era difícil e hice lo que pude. Le enseñé entonces el mío y su dedo se fue directo a un dato, que no eran los dos apellidos -ella sabía ya esa costumbre española-, sino el año de nacimiento. Yo, tan tranquilo, le dije "Sí, mil novecientos noventa y uno" y ella me miraba extrañada a la vez que me decía que era tres años más vieja que yo, cuando pensaba que lo era yo. Es un clásico que nunca falla conmigo y se lo hice saber. Íbamos llegando y aprovechó para ver Sevilla de noche desde el aire. Como tenía que coger un taxi y exponerse a la habitual estafa por ser extranjera, le ofrecí venir conmigo, pues me tenían que recoger mis padres, y en el caso de que hubieran venido solos podríamos acercarla. No le aseguraba nada, pero aceptó agradeciendo el gesto. 

Al bajar del avión todos los operarios estaban abrigados hasta arriba, pero esos 7ºC nos sabían a gloria. Tres horas antes estábamos a veinte grados menos, así que debe entenderse el porqué íbamos tan tranquilos con los abrigos en la mano. Esperé mi equipaje y cogí un carrito -estaban enganchados para que no los cogieran, vale, pero a un lepero no se le niega el ejercicio de su derecho al carrito en el aeropuerto-. Mientras íbamos hacia la puerta, tuve la maldad de grabar un vídeo con la vuelta a casa y lo hice, de tal manera de crucé cámara en mano saludando a mis padres. Les presenté a Joy y les comenté la particular situación. No pusieron problema, ya que venían solos y fuimos al coche. No pude darle el toque a mi novia como que había llegado sin que el avión se la pegara contra el suelo, lo cual me auguraba que estaría impaciente esperando. Mejor, más sorpresa. Mi abuela me llamó y le dije que había llegado bien, que aunque tenía la pierna rota por la nieve no se preocupara, que me habían vendado y en un par de semanas tan tranquilo. Terminé por ceder cuando vi que ya se preocupaba y, tras colgar, me dijo Joy "ahora entiendo lo que me decías del buen humor de los leperos".

Tras irnos del aeropuerto tuvimos que realizar la hazaña de entrar en Sevilla para llegar a la Alameda de Hércules. Ni mi padre ni yo conocíamos la entrada correcta, así que estuvimos dando vuelta acercándonos por intuición hasta que lo logramos. Antes de que se bajara, quedé con Joy en agregarnoos al Facebook y le deseé una buena estancia. Ella nos agradeció mucho la ayuda y se fue contenta al hostal. Días más tarde me envió un mensaje agradeciendo de nuevo y recalcando la amabilidad de los andaluces, lo cual me llenó de orgullo -y satisfacción, claro-. 

Una vez salimos de Sevilla nos encaminamos hacia Lepe, toda vez que ya era para quedarme. Y aquí estoy, en Lepe aún, aunque buscando un piso para quedarme en Huelva por las noches y no ir cada día reventado a la Universidad. Coomo curiosidad diré que he tardado unas tres horas en relatar el viaje de vuelta... ¡y aún me quedan muchos viajes por contar!

Pasa la vida, pasa la vida...

Han pasado 23 días desde que volví de Maastricht. Ya estoy plenamente habituado a las tempraturas de siempre y no ha llovido una sola vez desde que estoy aquí, ni siquiera se ha nublado el cielo. Además, la máxima de cada día no ha bajado tampoco de 15ºC, luego no me puedo quejar por ello.

Siguiendo con las bondades de haber vuelto, no puedo dejar de mencionar volver a estar con mi familia, mi novia y mis amigos. Y tampoco puedo olvidarme de unas cervezas con tapa de jamón que me tomé el otro día, que sabe mejor aún si sabe tras tanto tiempo sin esa buena costumbre. 

Finalmente, la Universidad. Ya he acuñado una frase que resume mi vuelta a la Universidad de Huelva: "Allí era un mendigo; aquí soy un señor". Quizás tenga más profundidad o más significado del que aparenta, pues no sólo me refiero a calificaciones, premios o carga de trabajo, sino también a mi posición misma como jurista. Mientras que el Huelva domino lo básico para mantenerme con holgura en el nivel medio y, si se me permite la licencia, puedo destacar a veces, en Maastricht era un perfecto estudiante más. Es lógico que el ambiente de aquí me anime más al estudio, cuando aquí me siento en casa y conozco a los compañeros, el sistema, los profesores y hasta el ordenamiento jurídico en sus líneas más elementales. Quizás me faltó tiempo para conocer la Universidad de Maastricht, pese a que guardo gratitud a los conocimientos y habilidades adquiridos. Estuve realmente tres meses en la Universidad y eso, querido lector, es muy poco para todo un sistema educativo diferente de cabo a rabo al que tenía. Pude cosechar mejora en mis habilidades, pero no puedo decir que me integrara complemente en él. 

Ah, seguro que hay quien se pregunta: ¿Y el síndrome post-Erasmus? Existe. En mi caso es complejo, tan complejo como supongo que será en todos los estudiantes ex-Erasmus. Nostalgia a momentos, alegría en otros... Salvando el abismo de diferencias, es lejanamente comparable la sensación a una relación a distancia -ejemplo que hago para facilitar la comprensión-. Anteayer pude hablar con mis compañeras Marina y Liher y me sentí como si estuviera hablando tras la ventana. De hecho, me dieron ganas de decirles que me hicieran hueco y me cogía un avión -como lean esto les va a faltar tiempo para animarme, seguro-. También mantengo el contacto con otros ex-compañeros Erasmus -o compañeros ex-Erasmus, según se prefiera-.

El verano será cuando pueda, si todo lo permite, tener reencuentros y alegría. Lo más triste de todo esto es, ciertamente, la soledad. No debe entenderse en el sentido típico, sino como soledad en el sentimiento, me explico, me falta a mi lado a quien recordarle las coñas de siempre, los sitios donde íbamos, etc. Por suerte, este blog ayuda mucho en ello y a veces me comentan anécdotas que aquí he relatado lectores con los que me cruzo. Y, por supuesto, mi novia, a la que he tenido bastante al día de mi periplo por una ciudad al sur de Holanda llamada Maastricht.

sábado, 4 de febrero de 2012

En casa, en Lepe

En casa. ¿Al fin en Lepe? ¿Ya en Lepe y no en Maastricht? ¿Se acabó todo? Tantos títulos que no sé cual poner... igual que cuando llegué a Maastricht. En cualquier caso, estoy en Lepe, en casa. Así que así lo he titulado. 

He tenido un viaje movido, ya contaré con más detalle cuando tenga algo de tiempo. Este blog no termina hoy, no aún. Me quedan cosas por contar, viajes por narrar, curiosidades que decir y fotos que enseñar. Aviso que he llegado sano y salvo después de todas las desventuras que he tenido por el camino y que finalmente he vuelto a mi tierra.

No puedo, eso sí, terminar esta entrada sin decir que me he levantado de muy buen humor. Rayos de sol entraban por la ventana aún con la persiana echada y, aunque esta habitación es más fría, se notaba una temperatura en la calle más agradable que la de Maastricht. Ya despierto, escuchaba desde la calle palabras en mi lengua, en mi andalú. ¡Qué alegría ese sonido en mis oídos al amanecer! Tras tanto tiempo hablando el español reglado, ayer al llegar al aeropuerto no había quien me callase en mi andalú. Ya tendré tiempo de seguir hablándolo... y escucharlo, que esta noche podré asistir a la Gala de Carnaval de Lepe. 

La nota un pelín triste es que en la estación de trenes de Charleroi-Sud pusieron en megafonía la canción Titanium, que tanto le gusta a Lilia Fiore y escuchábamos una y otra vez todos juntos. Me quedé paralizado un segundo, pero decidí romper el hechizo y caminar o no me movería de allí. Para mí ése es el punto en que, con sus ventajas y desventajas, dejé de ser un Erasmus para ser un ex-Erasmus.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La vida Erasmus

Me queda poco para volver. Y tengo entradas pendientes para publicar, aún no redactadas, pero a ésta le daré prioridad. Hace unos días que quiero retratar, con mis palabras, cómo es a título general una Erasmus. Allá voy. 

"El estudiante Erasmus nace para morir. Esto es porque la vida Erasmus comienza con fecha de caducidad. Lo peor de todo no es sino saber la fecha de dicha muerte desde un principio... que poco a poco va llegando mientras parecía tan lejana al principio. Pero esto es el final, vayamos al inicio.

Tras la importante decisión de salir de casa por meses, cumplimentar la burocracia y hacerse de valor para partir, el estudiante Erasmus aterriza en el extranjero como un bebé. No conoce nada, a nadie, su nivel de idioma va justito y, pese a ello, camina con ilusión y miedo a partes iguales hacia su destino. Tras la primera semana de vida Erasmus se ha conocido gente, los primeros lugares de la ciudad y se ha entrado en contacto con el idioma extranjero. Es así como el niño Erasmus va creciendo valiéndose por sí mismo en casa con las tareas domésticas, en su trabajo como estudiante frente a la burocracia de la universidad de acogida y en la calle con la rutina de la compra, el banco, el correo y hasta la peluquería. Pese a ello, no estará solo. Paulatinamente va conociendo gente, algunos más afines que otros, que van conformando su nueva familia: su familia Erasmus. Se forma un vínculo extraño, diferente... es muy fuerte en pocos días y, sin embargo, no es parecido a ninguna amistad vivida antes. Esta familia supera diferencias culturales, raciales, de sexo e ideológicas. Se apoya en momentos de dificultad frente a la carga lectiva y en ratos de alegría en fiestas.

El adolescente Erasmus comienza a defenderse en su sociedad. Acude a la universidad y empieza a manejarse, mejora su idioma y ya tiene sus primeras relaciones sociales. Tiempo para descubrir, junto a sus familiares Erasmus, parte del mundo, todo lo posible. Se ahorra dinero de donde sea, incluso la comida. Lo importante es pasarlo bien, estar de fiesta y conocer ciudades. El joven Erasmus viaja y aprende, observa y asimila. Entre risas y bromas, admira la belleza de monumentos y descubre costumbres que le eran desconocidas.

Pese a que estar de fiesta no harta, la adolescencia da paso a la madurez y el ya adulto Erasmus comienza a ser consciente de la caducidad de su vida. Es momento para seguir yendo de fiesta, pero se le da más importancia a las reuniones familiares en las que cada uno pone algo de comida y bebida y todo se comparte. Llega el tiempo de pensar en qué se quiere visitar y buscar hueco para ello. Con la adultez ha llegado la responsabilidad y hacer frente a los exámenes... justo cuando más se quiere hacer y más tiempo se necesita para pasar con la familia Erasmus. Nace algo de agobio al querer hacer de todo y sólo poder hacer un poco. 

Todo llega, y el estudiante Erasmus se hace viejo. Al final de su vida, el Erasmus asimila que se le acerca su fin. Conserva la paz interior de todo lo vivido y aprendido, pero no quiere irse; no quiere dar el paso. Quiere reír y llorar al mismo tiempo; no hacer nada y esperar; hacer todo lo que no pudo hacer antes y no quedarse quieto. Antes de partir, se despide de todos sus seres queridos con la promesa de volver a verlos. Una promesa en forma de anhelo, en forma de consuelo para un corazón que debe decir adiós demasiadas veces en tan poco tiempo. Es entonces cuando se entrega a una especie de budismo Erasmus en el que se cree en la reencarnación. Habrá otra vida tras la vivida, algo más después de la muerte Erasmus. En esa otra vida, quizás, se reencontrará con sus familiares de la vida Erasmus. Con este pensamiento se reconforma y se pone de rodillas a la espera del postrero momento, que llega generalmente con un avión.

Tras la vuelta a su antigua casa, el tiempo no ha pasado. El ya ex-Erasmus es de nuevo joven. Y está triste... vela en secreto su propia muerte y desearía poder resucitar, aunque fuese por segundos, para decirle a sus familiares que los quiere, que los guarda en el recuerdo, para abrazarlos y no soltarlos. Los que le rodean lo ven extraño, diferente; él se ve incomprendido. Se salva de la depresión con el tiempo, la esperanza de ver a sus familiares Erasmus y el consuelo de que, aunque ya pasó, su vida Erasmus quedará para siempre en su corazón, grabada a fuego. Pasado un tiempo, si logra volver a ver a alguno de sus familiares Erasmus, será como el tiempo no hubiese pasado nunca y, con un cuerpo más maduro, volverán a los viejos tiempos recordando batallas pasadas como dos militares al final de su carrera.
"

Se que es difícil condensar en un sólo texto toda una vida Erasmus... por no decir imposible. La experiencia de vivir en el extranjero unos meses fuera de casa, conviviendo con otros estudiantes, es simplemente indescriptible. Todo lo que puedo decir es que es una experiencia vital inimaginable hasta que se vive. ¿Y los estudios? Académicamente la mayoría perdemos más de lo que ganamos... pero, ¿qué son los conocimientos teóricos frente a haber crecido tanto como persona?

viernes, 27 de enero de 2012

Mi tierra, mi mar (II)

Hace poco comentaba el paseo por la costa que hice cuando estuve en Lepe estas Navidades. Mi amigo Matteo Scarcia se reía por el título que había puesto a la entrada, al decir MI mar. Para darle aún más la razón, he aquí que tengo un póster de Nueva Umbría en mi habitación. Pues bien, resulta que el día que hice las fotos a la playa no me quedé en ello, sino que además me cargué la batería de la cámara haciendo un vídeo -no, no la inutilicé, es una manera figurada para decir que se agotó-. 
Quise, a la misma manera que a veces he hecho en Maastricht, grabar un vídeo sobre algo cotidiano, sólo que esta vez di un paseo e iba con la bicicleta y la cámara en mano. Ya me han preguntado cómo hice para no pegármela contra los viandantes y, la verdad, viéndolo a veces dan ganas de decirme "pero xiqillo, ande bâ, qe te la bâ a meté!" (Pero, ¿qué haces? ¡Vas a tener un accidente!). Sin más prolegómenos, ahí va el vídeo:

jueves, 26 de enero de 2012

La recompensa de la honradez

Mis padres me enseñaron a ser honrado, y es además algo que siempre me pide mi abuela que sea en la vida. Esta noche he tenido una grata recompensa a actuar honradamente.

Los vasos para beber cerveza en Alemania, Austria y Holanda son a veces diferentes, pues hay una clase de medio litro con muchas curvas, ancho arriba y fino abajo, típico para beber cerveza. Es justo el que aparece en la foto. Resulta que estoy enamorado de esos vasos, imposibles de encontrar en España y que ya había visto antes en Austria. Beber cerveza de medio litro en esos vasos, concretamente la cerveza Erdinger, es ya uno de los recuerdos que me llevaré de mi Erasmus, y además estos concretamente son del 125 aniversario de la marca en cuestión. Pues bien, decidido a tener uno tenía dos caminos posibles, hurtarlo o arreglármelas de otra manera. Escogí el segundo camino y en un momento que comentaba el resultado del partido Barcelona-Real Madrid con Alain, dueño del Highlander -el pub Erasmus por excelencia aquí- le comenté que pronto volvía a mi país y que me gustaban mucho los vasos de Erdinger, dado lo cual estaba interesado en comprarle uno si era posible. Su respuesta fue inmediata: "no te preocupes, te lo regalo, además el del aniversario". Fue a la barra y lo trajo, inmaculado y, según lo prometido, del aniversario. Me comentó que si el portero me decía algo le dijera que me lo había dado él, pero no contento se acercó a la puerta a informarle de tal hecho justo cuando salía. No es la primera vez que Alain tiene un detalle conmigo, pues una vez le mandó a uno de sus camareros que me invitara, precisamente, a una Erdinger. El motivo fue llevar la bandera española, y me he hecho un pelín famoso por ser el único en llevar la bandera española a los tres clásicos de estos dos meses... apoyando al FC Barcelona. Ante los que me preguntaban, se enfrentaban los dos mejores equipos de mi país y, siendo el FC Barcelona un equipo español, no veía problema en animar con la bandera española.

En cualquier caso, estoy muy contento con este obsequio, que intentaré llevar a España sin que sufra daño alguno para sumarlo a mi colección "Maastricht". Y es que voy guardando objetos de recuerdo como tickets de tren, de bus, alguno del supermercado, mapas turísticos, etc. Algún día seguirán valiendo lo mismo económicamente, pero mucho más sentimentalmente.

He de decir que no puedo fardar de ser el único de la residencia que tiene el vaso conmemorativo de Erdinger, pero sí puedo ostentar el orgullo de haberlo obtenido con todas las de la Ley.

miércoles, 25 de enero de 2012

Maastricht no se decide a nevar

A pesar de que a inicios de diciembre ya los coches amanecían con escarcha e incluso a mediados hubo una ligera aguanieve, Maastricht no se decide a nevar. El otro día, no obstante, amaneció con césped totalmente helado y blanco, aunque no por nieve alguna, sino por el frío, que congeló el rocío matutino.

Esta semana el tiempo ha estado revuelto, aunque parece que ya hemos vuelto a la constante nubosidad en calma. Ha habido tormentas, aunque por espacio de media hora, e incluso granizó que daba miedo estar en la calle.

lunes, 23 de enero de 2012

Sábado en La Haya (Países Bajos)

Tres griegos, dos españoles y una italiana en el extremo noroccidental de los Países Bajos. Parece de chiste, fue de ensueño.

Desde la izquierda, Marina (esp), Marina (gr), Stratos (gr),
Lilia (ita) y yo con el lago y el Parlamento holandés al fondo.

El día me comenzó accidentado. La noche anterior me habían comentado las dos Marinas que iban a visitar La Haya, por si me apuntaba pese a haberla visto dos veces ya -aun tengo pendiente contarlo aquí, sí-. Decidí unirme a la aventura y lo hice saber, así que respondí  preguntando la hora de salida... pero entraba la noche y no recibía respuesta. La opción que tomé fue poner el despertador a las 7 de la mañana y ver si tenía algún mensaje, con la curiosa suerte de que habían quedado a las 7:10 en el otro edificio. Marina (española) me lo había dejado escrito y me acerqué a su piso para pedirles unos minutos, con lo que volví corriendo a vestirme a contrarreloj. Creo que he batido mi propio récord. 

El Palacio de la Paz, sede del Tribunal Internacional de Justicia.
Una vez en grupo, fuimos en bicicleta hacia la estación de trenes y he ahí que cuando fui a comprar mi ticket no me admitían la VISA. Bueno, paguemos con efectivo... no tenía suficiente. Con minutos antes de que saliera el tren fui corriendo aal cajero y de vuelta a la oficina de venta de billetes. A la vuelta el tren no estaba... habían cambiado el anden desde el que sale la línea Maastricht-Amsterdam del 1 al 4. Todo salió bien y allí nos encontramos con Gabriella, una chica griega que ya conocía y que iba a venir con nosotros. Teníamos que hacer trasbordo en Utrecht Centraal para coger el tren hasta La Haya -vía Gouda, por cierto- y haciéndolo perdimos el tren por justo unos diez segundos. Vamos, que nos cerraron la puerta en las narices. En el letrero electrónico vimos otro tren hasta La Haya en 4 minutos, así que subimos de nuevo, corrimos como bellacos y bajamos al otro andén, donde esta vez sí que pudimos coger el tren a tiempo.

Un taxi muy curioso en La Haya.
Al llegar a La Haya lo primero que hicimos fue desayunar. Tomamos un café en el Starbucks y compramos algo en el Albert Heijn. En mi caso, un espresso solo y un paquete de patatas paprika (picantes). Dimos una pequeña vuelta y nos acercamos a la oficina de Turismo, donde nos indicaron los lugares más reseñables de la ciudad. Primero visitamos el Parlamento, aunque no entramos finalmente al hemiciclo y lo vimos desde fuera. Nos echamos una foto con el lago que había tras el Parlamento neerlandés y continuamos hacia la calle más vieja de la ciudad, donde estaba antiguamente el Parlamento y ahora hay un museo. De camino vimos la feísima embajada de EEUU y, tras ver la calle, la Embajada de España y la cancillería unos pasos más allá. Empezó a llover fuerte, pero nos acercamos igualmente al Palacio de la Paz, sede del Tribunal Internacional de Justicia, que es conocido por su localicación como el Tribunal de La Haya -no confundir con la Corte Penal Internacional, que recibe el mismo seudónimo y está en otro edificio, que no visitamos. A la vuelta vimos un taxi muy curioso, al que le eché la foto que se ve a la izquierda. De hecho, al fondo a la izquierda se ve el Vredespaleis -Palacio de la Paz-. 

Stratos y yo brindando un café.
Tocaba dar la vuelta hacia el centro, ya que no había ganas de ir a la playa con la que estaba cayendo. Fuimos a ver el Palacio de la Reina, Noordeinde Paleis, y sus jardines, donde nos echamos un par más de fotos. Como el estómago reclamaba, paramos a comer en un McDonalds y decidimos ir a tomar un café. Cabía la posibilidad de ir a una cafetería junto a la plaza, cerca de la cual estaba el mundo en miniatura tan famoso. Cogimos el viejo tranvía hayense para ir a la playa y vimos un gran hotel de color naranja dominando las vistas hacia el mar. Una construcción se adentraba en el agua, donde estaban una galería comercial, la cafetería y una torre de puenting. Subimos a la torre, pese a todo el viento que hacía y que provocaba que nos costara dar cada paso, y después fuimos a tomar un café, donde le propuse a Stratos la loca idea de "brindar un café". Gabriella dijo que daba mala suerte, pero no nos sucedió nada malo después de ello.

La puesta de sol en las playas de La Haya.
En la galería comercial me compré una corbata de listas diagonales y un fondo con molinos de viento muy sutiles pero bonitos. No es mi estilo de corbata precisamente, pero ya le he cogido cariño y preveo que me la pondré más de una vez llevando orgulloso mi paso por estas empapadas tierras del norte. Acompaño además una bonita fotografía que hice a las vistas desde la galería hacia el oeste. El sol podía verse difuminado pese a la gran cantidad de nubes que hay siempre en Holanda. Gabriella, Marina, Lilia y yo intentamos entonces visitar el Madurodam, a unos tres kilómetros de allí, mientras Stratos y Marina seguían en la playa. Dimos el paseo en vano, pues estaba cerrado hasta de abril... así que nos volvimos en tranvía, que estaba completamente petado. Cuando lo vi propuse en seguida esperar al siguiente, pero nos subimos porque todos iban a estar igual seguramente. Además, como subimos por la puerta de atrás, nos esperaba una odisea preciosa hasta llegar al inicio y poder pagar el billete. Sólo teníamos que hacerlo Marina y yo, que carecemos de Chipkaart -tarjeta para pagar en todos los medios de transporte holandeses-. Fuimos poco a poco, pero en el último vagón era imposible caminar más... y estuvimos ahí esperando unas cuantas paradas a que se bajase la gente para poder seguir. Al final se bajaron, si, pero en la estación central, donde también nos bajábamos nsootros. Sin quererlo ni berberlo: simpa. 

Marina, Lilia y yo comiendo pizza por la noche, tras el viaje.
Nos tomamos algo en el Starbucks de nuevo y me tomé un Frapucino tras probar el que se pidió Marina -nos lo dio a probar a todos y era café helado con vainilla-. Después nada, al tren y para casa. Cogimos el que iba hacia Utrecht Centraal para hacer el cambio directos hasta Maastricht. Todo bien y llegamos a Maastricht sanos y salvos -tengo un vídeo y fotos del trayecto que no tienen desperdicio-. Stratos se fue a casa de unos amigos suyos y Gabriella vivía cerca, así que Marina, Lilia, Marina y yo nos cogimos unas pizzas y las llevamos a la residencia para comerlas allí. Estaban heladas por haber sido transportadas en la parte trasera de la bici... pero lo importante era la compañía.




lunes, 16 de enero de 2012

El mejor paisaje

Así es, tengo un póster de la playa de Nueva Umbría en mi habitación. Lo mejor no es eso, sino que además tengo mapas y folletos bilingües que estoy repartiendo entre quienes veo interesados en visitar mi tierra.

Envié el primer día del año un mensaje al Ayuntamiento de Lepe pidiendo material turístico para repartir aquí, en la medida de sus posibilidades y teniendo en cuenta mi reducido espacio de carga en la maleta de mano. Como no obtenía respuesta -y sigo sin tenerla, así que ya he perdido la esperanza-, me acerqué directamente a la oficina local de Turismo el mismo día que partía hacia Maastricht y pedí dicho material. Allí me dieron los folletos y los callejeros... además de un magnífico póster de Nueva Umbría que tengo en mi habitación, como se aprecia en mi foto. Cuando un compañero entra en mi habitación y no lo ha visto... me falta tiempo para sonreír y decirle: "¿Ves ese paraíso? Es una playa de 12km totalmente virgen y prácticamente desierta en verano. Allí está mi ciudad". Ya me conocen como el lepero, pero esto lo ha reforzado un poquito más. Y uno, cómo no, orgulloso a no poder más. 

Intento ser lo mejor embajador posible de mi ciudad por lo orgulloso que estoy de ser lepero, pero por supuesto porque también quiero que vengan a visitarme y, de camino, aprecien la joya natural que tenemos en Lepe.

sábado, 14 de enero de 2012

Mi tierra, mi mar

 "El mar, la mar, sólo la mar". Con este verso de Rafael Alberti, poeta andaluz del 27, quisiera comenzar esta entrada.

Tenía una cita pendiente al pasar mis vacaciones de Navidad en Lepe y ésa era sin duda la visita a la playa de La Antilla. Fiel a mi costumbre española, pero ahora arraigada en Holanda, me desplacé en bici hasta pie de playa, donde disfruté que mis ojos me hicieran chiribitas contra el sol onubense. 

La arena, fría por el invierno, daba paso al Océano Atlántico, que moldeaba la costa provocando pequeñas dunas y golas. El sol, sin impedimentos por lo despejado y azul del cielo, se reflejaba en las tranquilas aguas dando unas instantáneas preciosas como la que acompaño aquí abajo. Parece mentira tener este paraíso a tan sólo unos kilómetros de casa, si bien es mejor aún la playa de Nueva Umbría. No pude visitar ésta porque requería más tiempo y esperaba visita, sí que en cuando recibí la llamada telefónica para avisarme de que había llegado pedaleé hasta mi casa. Veinte minutos y allí estaba. 

Aproveché para grabar un simpático vídeo, sólo estropeado en parte por el ligero viento, aumentado por la velocidad a la que iba con la bicicleta. Sí, hice el vídeo montado en ella. He de advertir, para cuando lo suba, que no cometí ninguna temeridad pese a que en él parezca que me voy a chocar en un par de ocasiones. Soy un conductor cauto -no me lo creo ni yo, pero tenía que decirlo-. Unos chicos salieron saludando y a la vuelta me dijeron "¡no lo vayas a subir al Youtube, eh!". "Pues va para el Youtube", les respondí a lo lejos. Lo siento mucho... si no querían, que hubieran evitado el saludo. No voy a privarme de compartir un vídeo que había iniciado con la intención de subirlo a Youtube sólo porque alguien decide aparecer y luego quiere censurarme. Otra anécdota es una pareja que aparece besándose casi al final, sin quitar que el vídeo se me cortó justo cuando iba a terminarlo porque me quedé sin batería. ¡Qué cosas!

jueves, 12 de enero de 2012

De Lepe viene cargado de...

 No todo iba a ser traer ropa. El equipaje de enero tenía que venir escaso de peso que deba volver a España, así que he aprovechado para cargar un poco de provisiones. Unos mantecados de los padres, hojaldres de mi abuela materna, jamón de mis abuelos paternos, más jamón de mis padres... y turrón.

Recién sacado todo de la maleta lo he ido colocando y así ha quedado, pero no iba a dejarlo todo el día en la habitación. De momento, han caído algunos hojaldres, mantecados, polvorones y algo de jamón y turrón. 
Como manda la tradición española, he puesto un plato con los dulcitos navideños para ir cogiéndolos y ofrecer a las visitas. Ayer vinieron a verme Lilia y Marina y les invité a tomar unos. Creo que la elección fue mantecado.

Esta mañana han caído dos hojaldres y seguirán cayendo poco a poco. Al fin y al cabo... no es por comer más, es por no tirarlos cuando vaya a volver.

miércoles, 11 de enero de 2012

¿Quién dijo distancia?

A veces, sobre todo en España, me han preguntado si he probado algún plato típico holandes. Ninguno, sólo el queso. La mayoría de las veces cocino comida italiana, aunque esta noche ha tocado comer andaluz.

Tras un día cansado, más que nada por la limpieza que le he pegado a la cocina de arriba a abajo, no sabía qué hacer de cenar. Finalmente, me decidí por un poco de mi sagrado jamón onubense y un poco de vino de Jerez de la Frontera. En la foto puede verse la cena que me he pegado, sin duda una de las mejores que he tenido en Holanda. 

Pronto me acostaré que mañana tengo clase, pero antes daré un pequeño repaso a un poco de queso Chedar que, aunque no sea andaluz, está muy bueno también. Que no se diga que los Erasmus nos alimentamos mal.

Al fin, las notas

Debido a mi escasa pericia con la enormemente burocratizada presencia en la red de la Universidad de Maastricht, no había podido encontrar mis notas aún. Ahora, gracias a mi compañera Lilia, he ido paso a paso como me indicaba hasta encontrarlo, en un enlace perdido en medio de una tabla en el margen derecho de... en fin, casi imposible de encontrar bicheando.

Las notas que aparecen con "NG" son un "No presentado" debido a la gracia que me hicieron en el primer periodo. Resulta que no me dejaban asistir a clase ni examinarme, pero bien que me inscribieron en todas las asignaturas posibles. Private internacional law es la asignatura que estoy cursando ya en enero. No obstante, que venga lo interesante. 

He aprobado las dos asignaturas a la que me presenté, una de ellas con un 6 y la otra con sobresaliente. He de decir que veo muy recompensado el tiempo que dediqué a ambas, siendo mi tónica general -los que me conocen mejor entienden lo que quiero decir con ello-. En concreto, la asignatura del seis demuestra que sí, se puede aprobar una asignatura en condiciones que mejor dejo para relatar a mi círculo íntimo, el resto no se lo creería. La otra, con mejor nota aún, ha sido fruto de una presentación y un ensayo a los que dediqué tiempo y esfuerzo, aunque éste segundo pudo ser ún mejor -iban a ser objeto de estudio Francia y España, pero por cuetsiones de tiempo deseché ésta última-. En definitiva, estoy muy contento de haber cosechado estos 12 créditos, que en España serán 14 y supondrá que llegaré con un bien en Derecho Procesal Civil y Penal y un sobresaliente en Derecho Internacional: Derecho de la Unión Europea. Ya puedo decir que he aprobado asignaturas en inglés en Holanda y además una de ellas con nota alta.

Maastricht una vez más

¿He vuelto o me he ido? Ya no lo sé... Tras tres semanas en Lepe pasaré tres semanas en Maastricht. Son cuatro vuelos sin escalas en dos meses, pasando de Holanda a España, de España a Holanda y otra vez de Holanda a España.

Después de escribir la última entrada de este blog -entiéndase como la previa a ésta- me acosté una horita y terminé de preparar el equipaje. Finalmente dejé en casa un chaleco que abriga muy bien y que me regalaron mis padres por Reyes... más por cuestión de peso por cualquier otra. He venido lleno de consumibles que se consumirán, oseáse: jamón, mantecados, hojaldre, polvorones, turrón... y no va a volver nada, lo aseguro. Compartiré un poco con compañeros de aquí, eso sí. 

Salimos, mis padres y yo, hacia el aeropuerto a eso de las tres y media, con tiempo suficiente dado que no tenía que facturar nada. Vine con una maletita de mano, bufanda, guantes, gorro y chaquetón. Por cierto, bufanda y gorro también han sido parte de la campaña de recolección de Reyes 2012, cortesía de mi suegra. Cuando quedaban unos 40 minutos para el cierre de la puerta decidí pasar seguridad y llegaron, una vez más, las despedidas. Más difíciles para mis padres, menos para mí. Al fin y al cabo, volveré pronto y esta vez tenía sensación de rutina, no de despedida para largo tiempo. Finalmente, me dirigía a un lugar conocido, no como la otra vez. 

En seguridad no tuve problemas. Por primera vez después de varias no me pitó la puerta -odio quitarme la correa, aún a riesgo de que me pasen el detector o me cacheen-, pero cuando iba a recoger las cosas quien monitorizaba la cinta me indicó que pasara el portátil en una caja y la maleta de nuevo. En fin... puerta atrás y a esperar, haciéndose señas a mis padres de lo que sucedía. Cogí las cosas, me despedí por última vez y rumbo a la puerta de embarque, aún cerrada. Abrió a los diez minutos y nos quedamos esperando en una rampa junto a la pista de aterrizaje. Sí, éstos de Ryanair nos tratan como animales, como aseguraba un pasajero que viajaba con su hijo. Por fin nos dieron señal y fuimos hasta el avión. Tomé asiento y a esperar al despegue, tras el cual contemplé escasos cinco minutos de panorámica y caí rendido. Al despertarme vi que quedaba para aterrizar una hora más o menos, pero logré dormir a ratejos. Holanda se dejaba ver entre canales, niebla y nubes sin parar, como los de la foto. 

Una vez en Eindhoven cogí el autobús que me llevaba al centro, donde conocí a dos sevillanos que vivían en Holanda -andaluces por el mundo-. Por casualidades de la vida uno de ellos era el que iba con su hijo, que se dirigía a un pueblo cercano a Utrecht. El otro se bajó a medio trayecto, pues estaba haciendo un Master en Eindhoven. Del primero me despedi al llegar a la estación de trenes diciendo que iba a comprar los billetes, pero tomé el pasillo contrario sin darme cuenta. En cualquier caso, aproveché la presencia de un burguer king para desayunar a las 10.00. Sí, tenía hambre y con eso aguantaría lo suficiente. Fui, esta vez sí, a la oficina de venta, donde había no menos de seis españoles uno tras otro. Cuando tuve el mío fui al anden, pero llegué tarde por cinco minutos, así que a esperar. Aproveché para grabar un pequeño video e irme a la parte delantera del tren. ¡Qué leches, cuando llegó me vi a la mitad, así de largo era! Debía medir al menos doscientos metros e incluso puede que más. Cubre la línea Amsterdam-Maastricht atravesando Holanda por el centro, así que se comprende, aunque iba casi vacío. 

El viaje en tren fue tranquilito, como esperaba. A media hora de llegar me entró sueño y pegué una cabezada corta. Llevaba desde las 7 de la mañana del día anterior sin dormir del tirón, sólo a trompicones de una hora, veinte minutos, etc. Quizás sea por eso que anoche dormí catorce horas y aún podía pegarme unas más, dado que había estado unas treinta y cinco sin dormir bien. En cualquier caso, cuando llegué a la estación estaba convenientemente en el primer vagón y me ahorré caminar todo el andén hasta la salida. Cogí el autobús de la linea dos hasta Malbergsingel y pasé por la puerta de Talienruwe hasta mi piso. Entré, dejé de las cosas y me eché la prometida foto que se ve a la derecha.


martes, 10 de enero de 2012

Navidades en España

 El primer día en España el día se me hizo más largo. Sí, llegué por la tarde, pero atardeció a las seis pasadas, casi las siete, cuando en Maastricht a las cuatro y media ya caía la noche y de una manera más rápida. Ese tono de naranjas, morados y azules que tiene el cielo andaluz no lo tiene Limburgo ni de lejos... y lo echaba de menos.

Tras pasar la nochebuena en familia en Isla Cristina, pasé el día entero de Navidad en casa, sin salir, con mis padres y mis hermanos echando unos buenos ratos a la Wii. Por la noche salí con mi amigo Dima a tomarnos unos Martinis y jugar al billar. ¡Qué igualadas estuvieron las partidas, de antología! Los días son cortos y tenía dos semanas y media para todo, así que me puse manos a la obra gastando días con mis seres queridos. El lunes se lo dediqué a mi novia, que había vuelto de Sevilla. Catorce horas juntos no son nada tras tres meses separados y a la vez es la eternidad de un sueño cumplido, después de tantas veces repetidos oníricamente en una cama a casi dos mil kilómetros de ella. 

El martes 27 estuve con mis amigos y compañeros de Facultad almorzando en la Cervecería Bonilla, en Huelva. Un buen secreto con patatas, ensaladilla de gambas y huevos fritos, lo que necesitaba mi cuerpo tras degustar una cerveza fría, aceitunas aliñadas y una tapita de patatas ali-oli. No se me saltaron las lágrimas de la emoción, pero creo que fue por el ansia con el que devoré todo mientras hablaba con mis compañeros y me ponían al día. La de cosas que pasan en la universidad mientras uno se va... madre mía. Tocaba reposar, así que un café con leche al cuerpo. Intenté pedir un carajillo de Baileys, pero no fue posible tras explicar al camarero cómo lo quería. Quedaba tarde por delante, asi que tras despedirse las chicas del grupo, los chicos nos fuimos a otro local a tomar unos Martinis. Entre que no nos pusieron frutos secos y que nos cobraron una enormidad no pensamos volver allí. Además, ni nos limpiaron la mesa... pero pese al disgusto nos quedaron ganas de, al volver a Lepe, tomar dos rondas de birras y jugar al billar. Por el camino, cruzando el puente de Huelva, se apreciaban unas vistas realmente preciosas del atardecer onubense.

Pasé los días en una cosa y en otra, como el día treinta, en el que acudí a un pleno municipal del Ayuntamiento para saludar mis compañeros concejales. Después, un café con Javi Valderas -pendiente desde hacía largos meses- y el corte de pelo que falta me hacía. El año nuevo lo pasé con la familia a la hora de tomar las uvas y con Dima y mi novia por la noche.

El dos de enero entregué a última hora un  ensayo jurídico para la asignatura de historia del Derecho y desde entonces me vi por fin en vacaciones, aunque con la agenda igual de apretada. Café con mi amiga Itziar; también con mis amigos Fender y Dima; café, cerveza y tapa con Domingo Delgado; paseos con mi novia Virgi; visita a mi maestra de primaria; cena de pizzas con mi familia e incluso una cena con mi novia y nuestras familias la noche del uno de enero. 

Esta noche del nueve de enero, ya día diez, parto de nuevo hacia Holanda, hacia Limburgo, hacia Maastricht. Me queda una sensación agridulce poor todos lados, ya que vuelvo a dejar España para ir a Holanda, pero esta vez sólo iré por poco tiempo y ahí se habrá acabado "todo". No me olvido de mi tacita y todos mis compañeros Erasmus, a los que ciertamente extraño, aunque muchos no estarán a mi vuelta y se me hará raro.

En mi maletín llevo ahora la seguridad de conocer el camino, la tranquilidad de saberme algo más maduro -pero no mucho más, lo siento- y un póster del paraje más bello de Lepe: la playa de Nueva Umbría. Llevo algunos folletos sobre Lepe para darlos a quienes estén interesados en visitar mi pueblo, ya que uno es embajador de su tierra allá por donde va. 

Ahora camino de otra forma, con pisadas más fuertes... creo que el zapato se me está destrozando por los talones, otro par a la basura -no tengo remedio-.

lunes, 9 de enero de 2012

Vuelta a casa (II)

Me senté en mi asiento, pegado a la ventanilla, tras colocar mi equipaje de mano encima mía. Por exigencias de una azafata puse el chaquetón encima del maletín, el vuelo iba muy cargado y por megafonía pedían colaboración ante este suceso. Una pareja se sentó a mi lado, creo que holandesa.

Antes de despegar miré la hora; iba con retraso. Apagué el móvil y puse mi cazadora bajo el asiento de delante, tal y como pedían las azafatas. Me encanta viajar en avión y sobre todo el despegue y el aterrizaje, así que ningún problema con esos minutos. Según las indicaciones del capitán, no tendríamos incidencias en el que iba a ser el décimo vuelo de mi veinteañera vida. Una vez en el aire pude contemplar la extensión de la llanura holandesa, toda verde y salpicada de canales. Como había dormido poco la noche anterior y me esperaba un día largo en España, me dispuse para poder dormir y me forcé a ello, sin lograrlo, hasta que finalmente caí rendido fruto del agotamiento, con la ventanilla cerrada. Al abrir los ojos miré la hora y vi que aún quedaban unos largos sesenta minutos de vuelo. Abrí la ventanilla y contemplé un paisaje árido, montañoso y marrón: España. Lo sé porque recuerdo que el capitán había dicho que pasaríamos por Asturias dirección Faro. En cualquier caso, fuese Portugal o España, se notaba la diferencia de la península respecto a las tierras bátavas. Finalmente, descenso, vistas de un campo de golf, sobrevolamos un poco el Atlántico y volvimos a tierra para aterrizar en Faro, Portugal. 

La alta ocupación del avión provocó que tardase un poco en bajarme, pero había sido puntual incluso pese al retraso. Éstos de Ryanair saben mucho y proyectan 3 horas para vuelos de dos y media. Cuando por fin salí a la puerta de avión, sentí calor y los ojos me hicieron chiribitas. Si Holanda me despidió con su tiempo típico, mi península ibérica no iba a ser menos. Medio segundo de contemplación y a la escalerilla. El maletín pesaba, pero caminaba rápido, adelantando a los demás viajeros. Sólo una familia holandesa que iba, como yo, con equipaje de mano pudo seguir por delante mía en el apasionante eslálon que había que hacer entre pasillos hasta salir de la terminal. Al fin veía gente fuera y supe que estaba cerca, pero no veía aún a mi familia. Paré un segundo a dos metros de la salida, cambié el maletín de mano habiéndolo dejado en el suelo y continué. A la izquierda estaban todos: mi padre grabando en vídeo, mi madre ansiosa mirando a la salida y mis hermanos expectantes. Mi única palabra fue "¡buenas!"

Tras los abrazos, besos y bienvenida en general, caminamos hacia el coche, donde mi padre me dio una lata de pepsi y me preparó un bocadillo de chorizo. ¡Qué bien sabe la comida española, leches! Pagamos el parquímetro, me pusieron al día de la actualidad familiar -ningún fallecimiento, pero enfermedades varias cuya noticia no había llegado a Holanda a propósito- y pusimos rumbo a España. Debido al peaje de la autovía debimos coger la carretera nacional, todo un latazo. Di un toque a mi novia y me deleité con el solecito ibérico. 

Unos veinte minutos después de pasar la frontera llegamos a Lepe. Pedí a mi padre que parase para hacer una maldad. Fui al maletero y saqué una de las banderitas de Holanda y la saqué por la ventanilla. Al llegar a la altura de la casa de mi novia la saqué y, mientras mi padre hacía sonar la bocina, gritaba ¡vuelvo como un presidente de la república, en coche oficial! al ver a mi novia asomada al balcón -la última vez que la había visto en persona, me iba en coche mientras dije "me voy como un presidente de la república"-. Ella reía y me bajé del coche. No estaba la cosa para hacer de Romeo, así que me dirigí a una puerta del edificio. Leches, era la otra. A correr. Allí estaba. Abrazos. Besos. Emoción. 

Ella tuvo que irse a Sevilla a pasar la nochebuena con sus abuelos, por lo que estuvimos juntos sólo diez minutos. Después fui a casa de mi abuela materna, donde llegué y saludé con toda naturalidad, como si estuviese todos los días allí. Entonces caminé hacia mi abuela y fue cuando reaccionó rompiendo a llorar mientras me abrazaba. Estuve allí con mi familia un rato y fuimos a casa. Tres meses y sólo me parecía que hubieran pasado unos días: todo igual. Eso sí, cuando subi a mi habitación la temperatura me chocó, acostumbrado a la de Maastricht con la calefacción 24h. Fui corriendo a casa de mi amigo Dima para saludarlo y me quedé a tomar algo, hasta que llegó la hora de volver a casa, ducharme y vestirme para la cena. Fui con el tiempo justo para ir a Isla Cristina a cenar con la familia, donde me quedé fuera para hacer creer que me había ido a Sevilla y, una vez que entré, fui hasta la cocina en silencio acercándome a mi abuela paterna para decirle junto al hombro mirando la comida ¡uy, qué rico!

Durante la cena tuve momentos para contar curiosidades sobre Holanda y responder a preguntas sobre el país de los canales. Además, pude tener debate jurídico sobre penas, juzgados, procesos... en mi salsa y defendiendo posturas poco políticamente correctas. Al volver a Lepe, tanto Dima como yo estábamos cansados, así que fui a la cama directamente. Acostumbrado a tener sólo una sábana y el nórdico, las tres mantas con el edredón me hacían sentir como si me fueran a aplastar. Pese a ello, no me costó conciliar el sueño: ya estaba de vuelta en casa.

sábado, 7 de enero de 2012

Vuelta a casa (I)

El día 24 de diciembre volvi a casa... y fue un viaje ajetreado. Por fin estaba en España y con mi familia y amigos, bajo mi sol andaluz y en mis temperaturas leperas.

00:00.- Casa de Marina y Berta. Cena navideña entre españoles para despedirnos antes de irnos a la mañana siguiente. Me despedí de Berta que llegará unos días después de irme yo en febrero. Estuvimos cenando una comida deliciosa de tortilla de patatas y tacos en los que Marta tuvo mucho que ver. Tras la cena, las despedidas. 

01:50.- Me despido de Íñigo. La maleta estaba preparada, la colada hecha y la ropa planchada y guardada en el armario. La ropa para el día siguiente sobre la silla y todo preparado sólo para cogerlo y salir. Hora de acostarse tras comprobar que el maletín de mano pesaba sobre 10kg con un poco de exceso. 

07:00.- Suena el despertador. Fui a la cocina a prepararme el último café vacuno del año. Limpié y dejé recogida la cocina, tras lo cual guardé la taza de vaca en mi habitación y me eché la foto de despedida una vez vestido. Cogí las cosas y salí de la casa, cerrando todo con llave. 

07:40.- Parada del bus. Una vez tirada la basura y de camino a la parada, dediqué una última mirada a Talienruwe. Mi cara sonreía con alegría mientras unas gotas caían sobre mis manos. Miré al cielo y otra gota me cayó en el ojo... Holanda iba a despedirme con su tiempo más típico.

07:50.- Autobús. No había tardado mucho, iba con tiempo. Al minuto de subirme sentí que me faltaba algo y no necesité revisar: no recordaba haber cogido el billete del avión y el del tren. La suma económica del error podía llegar a los 55€ fácilmente, así que mejor volver atrás mientras se podía. Me bajé en la primera parada y comencé a caminar deprisa hacia casa, de vuelta, sudando bajo aquella llovizna antes del amanecer con el maletín cogido como si fuese un bebé, en brazos. 

08:03.- De nuevo en casa. Volví a revisar toda la calefacción, cogí los billetes y salí a la calle. Vuelta a empezar, pero con retraso.

08:16.- Parada del autobús. Una vez más en el mismo sitio, pero el transporte no llega. Nervioso, consulto los horarios y en vez del típico autobús cada 5-10 minutos pasan cada media hora o más y algunos empiezan a las 9. Maldito sábado. 

08:26.- Autobús. Tras una espera de diez horas, llegó el autobús y me cercioré de que iba a la estación central (por si las moscas). Aunque ya estaba en camino iba tan nervioso como en la parada, ya que los trenes salían cada media hora y presumiblemente había perdido dos. A cada parada iba mirando el letrero con la siguiente parada y la hora de llegada estimada. Para mi suerte había poco tráfico y un trayecto de unos veinticinco minutos se hizo en quince.

08:45.- En el tren, con tiempo. Pude llegar casi diez minutos antes de la salida del tren, así que me senté, me puse cómodo desabrigándome y coloqué todo de manera que pudiera dormir sin que me hurtasen nada. Pese a la preparación, poco podía dormir, así que me puse a cerrar los ojos y a mirar el paisaje a intervalos, con una duración estimada del viaje de 1:30 horas. 

10:05.- Eindhoven. Bien, el tren había llegado antes de mi previsión, pues me confundí con la duración del viaje, lo cual me daba tiempo extra y la seguridad de llegar a tiempo a un vuelo cuya puerta de embarque cerraba a las 12:45 y sin tener que facturar. Fui a coger el autobús que iba a llevarme al aeropuerto, pero no llevaba dinero suelto para la máquina que imprimía los billetes, por lo que tuve que ir de vuelta a la estación a comprarlo en la oficina. 

10:40.- Aeropuerto de Eindhoven. Visité los aseos, ya en el sitio que debía y con tiempo de sobra. Me eché un par de fotos y busqué algún sitio donde comer algo. Finalmente, decidí esperar a pasar primero el control de seguridad, lo cual hice con el maletín pesándome 10,5kg en el control de peso. Continué y me pitó la máquina, así que me cachearon y creo que fue cosa del cinturón. 

11:15.- En el duty free. Compré unas pringles y waffels (galletas con sirope, tipicas de Holanda). Lo meti todo en el maletín y me dispuse a esperar, pero cuando más tranquilo estaba observando los aviones aterrizar y despegar a través de una cristalera vi que las puertas de embarque tenían control de peso... y había comprado unos 400gr más. 

11:50.- ¡Idea! Comencé a sacar cosas una a una, las que pesaban más y eran comida, para que el maletín pesara exactamente 10kg. Lo logré con un margen de error de 100gr, porque ponía unos caramelos de ese peso encima y el maletin se iba al fondo con la banderilla roja. Lo que quedó fuera lo metí en el chaquetón en sus mil bolsillos. Cuando terminé el chaquetón pesaba unos 3kg y algo, pero decidí ponérmelo. La puerta tenía que abrir pronto y tenía que acomodarme os bultos para que no fuera descarado... aunque la cara me delataba. Mejor hinchar mofletes. 

12:15.- La hora, pero la puerta no abre. No hay noticias de mi vuelo, ni siquiera un avión en pista. Varios vuelos que iban después ya tenían puerta, pero el mío aún nada. Decidí esperar pacientemente mientras comía algunas patatas más y dejaba el abrigo a un lado. 

12:45.- La hora de cerrar... fue la hora de abrir. El avión llegó tarde y tarde tuvimos que entrar a él. No obstante, las gallinas que entran por las que van saliendo. Ryanair no tenía, para mi sorpresa, control de peso en la puerta por la que iba a embarcar. En seguida me puse a la cola y, con el maletín en una silla, fui devolviendo cosas a su sitio hasta quedarme con un par de ellas que hacían poco bulto. Me cerré el chaquetón y puse el gorro, con los guantes en la mano. Iba, obviamente, muy abrigado para la temperatura del aeropuerto, pero aunque se dieran cuenta ya estaba a punto de cumplir la gesta de volar con Ryanair y llevar 13kg de equipaje de mano sobre 10 permitidos... e incluso el exceso pudo ser mayor. Una vez pasé la puerta... todo estaba hecho. Sólo quedaba volver a casa.
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